“¡Ufff! que subidita!”
El Parque de Robledo
(Antes, pero muchísimo antes de la restauración de El Jordán)
Pegadito del deteriorado Jordán – estadero, bañadero y fonda de los años ha, el mismo que es patrimonio de nuestro mapa, además, testigo de la ansiedad y los miedos de los tatarabuelos, y quien nos acerca a la vida de este Parque barrial – diseñado sobre la espalda de una montaña, después que la quebrada La Iguaná, borrara un caserío llamado, primero san Ciro y luego aldea de Aná, en 1880. El nuevo poblado fue bautizado con el apellido del exterminador español, Jorge, – ¡no, pues!, quién sería el que sugirió este aplauso a quien de forma violenta y sangrienta les impuso a nuestros lejanos parientes – Los Aburráes – otra forma de ver, crear, creer y desaparecer. Como dicen, por ahí, en Colombia somos tan inocentes, pero tan “caídos del zarzo”, que a nuestros torturadores les homenajeamos con sus nombres para olvidar lo que un día fuimos.
Una vía inclinada – que más bien parece el deslizadero de las motos y los carros que desde Robledo (noroccidente de la ciudad), o la carrera Ochenta, suben y bajan – fractura el goce de este sitio porque desde que los abuelos eran bebés, la loma de Robledo llaman a este trozo de ciudad, como queriendo significar cuánta energía se esfuma al caminar hasta acá.
Para atravesar la calle, desde la iglesia hasta la inspección de Policía, las personas del sector – especialistas en acrobacias esquivando vehículos – giran sus cabezas como lechuzas para observar el momento de atravesar sin ser atropellados por algún idiota acelerado.
Aquí no hay problemas, o como algunos con ínfulas de innovación léxica expresan, cero intolerancia, como es el caso de dos señoras, de largas faldas, y caras insistentes, quienes de puerta en puerta ofrecen el evangelio impreso en la revista Atalaya. Sus casas, que son su templo, se hallan cerquita de la parroquia Nuestra señora de los Dolores, la misma que se comenzó a construir en 1916, porque para todas las fes – aquí – hay clientela.
Como la fe – en su inmadurez plena – que posee un imberbe “culicagado”, al acelerar al máximo su motocicleta hasta pararla en la llanta trasera, haciéndola llorar como si fuera una mula, como ésas que, desde El Jordán, irían en busca de la trocha que llevaba a Urabá. Esa fe le hace creer que él es el “chacho de las miradas”.
Las empanaditas – después de misa – saben a escapulario recién estrenado, entre tanto, los niños son atrapados por el algodón colorido y azucarado, que una maquina artesanal cocina. También, el provocativo salpicón, seduce al paladar de sus padres.
Después de invocar a su Dios, en la misa dominical, aparece la economía del rebusque para aliviar las necesidades terrenales. Desde diversos sitios de la ciudad se desplazan quienes ofrecen su mercancía. Hasta hierbas medicinales se venden este día, y, así, El Parque se transforma en una pequeña galería.
Posteriormente, cuando la rutina devora la alegría dominical, aparece el lunes lagañoso sin desperezar la semana. Entonces, se ve a un estudiante de preescolar atado a la mano de su madre para que no corra riesgos. Cuando un prudente señor detiene su taxi, madre y niño corren, corren, y corren paranoicos, hasta llegar a la acera. “Glacias señol”, expresa el párvulo, mientras su madre su morral acomoda.
A un lado de la Iglesia, una veintena de viejitos sus brazos mueven al ritmo de una canción como ellos. Una señora, de canas moradas, pregunta a la instructora. “¿cuántas veces los subo?”. “Hasta cuando veás que al suelo caen”. Responde la tutora con una trigueña carcajada.
Como todo se guarda – incluso en esta página – “El Jordán”, fundado en 1891, es la historia que se debe consultar para entender el presente de un sitio referente, en la Comuna 7 de la ciudad. Mes a mes, y año tras año, el Parque de Robledo huele al padrenuestro de cada ocho días, cree la señora que vende flores los domingos, a un ladito de la Iglesia.
Maestro,¡Por fin mi espacio del ahora, del hoy , porque no sabemos el del mañana, es incierto!.
Un espacio que lo viven restaurando en cada administración municipal.¿ Será que lo dañamos tan rápido?. Eso me huele a corrupción.
Un barrio que se nota diferente desde que se hizo la otra vía y que en verdad descongestionó la falda, la vía inclinada como tú la llamas.
El Jordán, a veces parece un elefante blanco cuando solo se ven transitar por allí los vigilantes y el personal que lo habita cotidianamente y una que otra visita ocasional.
Horacio, los espacios públicos son de las gentes y son esas mismas personas las que determinan que les pertenece o no. El Jordan tiene una extensa programación de apropiación – para todas las edades – con el fin que esa misma comunidad se nutra de historia, su historia, y exigir a la administración municipal la continuidad en el tiempo de este patrimonio de todos. te espero en la próxima.
» La historia del Parque de Robledo , sería corta , sin la historia del » Jordan «, el » Jordan » encierra la nostalgia y y la añoranza de quienes alguna vez nos tomamos una Pilsen bien fría alli , en un vaso de esos que ya son el pasado de una época que está condenada al olvido …Si esas paredes hablasen mi queridísimo profesor Barrientos , la historia sería otra ?..»
Que linda crónica,
Rubencho, vos como siempre dando tu versión sobre la historia que tenemos en común con la historia de la ciudad que alimenta nuestra historia de conversaciones, abrazos y pretextos para querer y sentir esa Medellin de todos. te espero en la próxima.