“TRANQUILO VIEJO QUE YO ME DESPIERTO”

El Teatrino de la Avenida La Playa

(Antes que la tertulia y el arte cerraran la glorieta  llamada de la Vida – a carros y motos  – para que sobre el pavimento transiten las palabras)

¿Qué estoy sobre una quebrada? No, no, parcerito. Esta es La Playa que no tiene arena sino afanes. Así se expresa un rasgado hombre,  que por su lenguaje,  se deduce que llegó a la condición de indigencia por circunstancias que él sólo vivió.

Lo conocen como el sabio sus camaradas de siempre. Ricardo es el nombre. Habló tres lenguas, y recién graduado en idiomas,  se marchó hacia la U.S.A donde también lo usaron.

Allí quedó guardado en el consumo de alucinógenos,  y cuando su familia decidió regresarlo para someterlo a un tratamiento de recuperación, su razón se exiló en la incertidumbre y  desde entonces habita en este lugar.

Sus neuronas se trabaron tanto que ya no comprenden lo que una vez entendió. Que la quebrada Santa Elena, por ejemplo,  comenzó a canalizarse cuando se convirtió en el inodoro de la pequeña ciudad, en la tercera década del siglo veinte, y que encima de  ella se creó lo que es hoy la céntrica avenida. Así, también, El Teatrino forma parte de la idea gubernamental de renovación urbana a partir de copias lejanas.

Cuando la noche asusta a la ciudad, una de las graderías de la pequeña mitad circular, le sirve de casa, de cama y de almohada.  Triángulo circular que simula ser una  minúscula media torta, desde donde se inicia, cada año, desde año el 2008, la marcha en defensa de la legalización del consumo de la marihuana, en donde también vuelan – ya que por su tamaño no caminan con la muchachada fumadora “los baretos”- que por su tamaño parecen las vigas que sostienen el viaducto del Metro.

Los viernes,  cuando la oscuridad borra la rutina, unos cuántos muchachos degustan frías cervezas, mientras de sus mañanas  hablan. Ese es el auditorio que aplaudirá a la cultura espontanea que, desde aquí,  adaptarán en sala de teatro, o en  el espacio para Mimos, en tarima para la danza, en guión para los cuenteros, o,  en beso desparchado de un galán informal.

A su  espalda, la glorieta que da acceso al Teatro Pablo Tobón Uribe, circunferencia vial que invita a tejer conversaciones (debajo de la abuela Acacia Roja, entre sorbo y charla) a intelectuales, artistas, poetas, rebeldes, incomprendidos, rockeros, o, simplemente,  a los amigos de la cháchara. Aquí las palabras no estorban porque todas las vocales se reciclan.

En este mundo redondo, inician los diciembres cuando el sol noctambulo son las luces del alumbrado navideño. Las chivas con sus ruidosas farras esperan que a un costado del Teatro (el mismo que donó un rico filántropo del cual se extrae su nombre, el mismo que le está  abriendo su alma cultural a la ciudad desde 1967) suban los usuarios del bullicio para disfrutar de la nómada parranda, la misma que despierta al Guayacán de la  esquina, de la carrera cuarenta, para que en el mes de enero, de todos los años,  reestrene su   amarillo tatuaje con formas de hojas.

Entre tanto, La Bachué – la diosa de los Chibchas –  quien con sus grandes tetas protege de rodillas a un niño, mientras las cabezas de dos serpientes, cerca de sus volcánicas glándulas mamarias, indagan el por qué la mujer carga una enorme ave que se refresca con el agua colorida que la redonda fuente expulsa, alcanzando,  incluso,  al verde tapete vegetal allí sembrado.

En momentos de lucidez, Ricardo se pregunta por el autor de esta pesada escultura. Ignora que fue el maestro José Horacio Betancur quien plasmó la idea de la mitológica hembra,  paridora de nuestra desbordada imaginación,  la misma que les faltó a los mojigatos de la Medellín, de los años cincuentas del siglo veinte, quienes con un trapo, ¿o sería con una toalla?,  que cubrieron las exuberantes tetas,  salvándose, así – según ellos –  de ser los inquilinos del infierno.

La casa de Ricardo tiene techo Caribe ya que cuenta con varias palmeras sembradas sobre el cemento citadino, como esa, sí, ésa,  la más alta, la misma que hospeda a una pareja de alborotados loros, que de nada le sirve cuando en las madrugadas la lluvia perfora su piel. Esta casa de muros inexistentes no protege sus ronquidos cuando el funcionario que protege el uso del espacio público, lo despierta. De allí se levanta, sin considerar que su flaco cuerpo vive encima de una quebrada, la misma que debajo escupe su contaminación, a la que sí le tiene miedo. Tal vez, por  esa razón,  no aprendió a nadar,  ni se metió, siquiera, a la abollada ponchera de la casa paterna donde jugaban sus tres hermanos menores.

Ricardo habla solo, porque su aislamiento social congeló su inteligencia. La botella de alcohol  en la mano es la prolongación de su existencia, por eso, se encuentra,  en horas de la mañana, después de la rasca anterior, en El Teatrino, con sus huérfanos argumentos, borrachos, como él en sus respuestas.

Con frecuencia se ven los trabajadores de la empresa de aseo municipal limpiando con chorros – como hidroeléctrica fracturada – el rastro que borrará el olor de un hombre, y de otros hombres, como Ricardo,  que huelen  a abecedario sin huella.

 

pensamientos de 6 \"TRANQUILO VIEJO QUE YO ME DESPIERTO\"

  1. La avenida la playa ha hecho mucha historia en la ciudad de Medellín , y en esta crónica se identifica casi en su totalidad el devenir histórico de dicho sector .Creo ,pudo haber faltado acá , la alusión a el tertuliadero , que por muchos años existió allí ‘ La Arteria ‘ , donde tuve el privilegio de arreglar y desbaratar nuestro país al lado del profesor Héctor Barrientos .
    Otra excelente evocación del pasado en esta crónica , me gusto mucho 👌🏼

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