Tintontan

“Andá volando”

A las cinco de la mañana, aun con las lagañas roncando, eran despertad@s por el campaneo torturador del coche de bestia anunciando su llegada. Eran los años setenta, del siglo pasado, en Medellín. Y al escuchar ese líquido sonido salían volad@s, en chancla y pijama, para no ser l@s últim@s de la fila. Con los ojos apagados, la doña boquisucia, el nieto lambón, el tío mantenido, y la sobrina demalas (que esa noche pernoctó donde la abuela) sin saber por qué hacían la cola para comprar un litro de leche. Esa pesadilla ignoraba que en los años cuarenta, en la rural ciudad, quien tenía una vaquita salía a vender lo ordeñado. Las señoras con chocolateras acudían (así como hoy se compra la mazamorra) a adquirir el lácteo. Pero, en 1964, el alcalde Guillermo Mora Londoño, sorprendió a los 773.000 habitantes, prohibiendo la venta de leche cruda, es decir, censuró el viaje de la ubre a la taza. El vendedor quedó paila, y las señoras a hacer la fila porque la producción era escasa (no es como hoy que se adquiere la bolsa estirando la mano) Proleche, San Martín y Paquita eran las marcas que proveían el nutritivo alimento. En algunos barrios, día de por medio pasaba el vehículo de tracción animal, o una furgoneta. En otros, cada dos días, y en el resto, no subía. Eso, sí, nunca aparecía un domingo, ni en semana santa, ni en un festivo religioso. Las filas eran eternas, tanto que tener en las manos la botella con el blanco contenido se celebraba como si se hubiese ganado el oro olímpico, olvidando la advertencia de una robusta voz: “cada persona sólo puede llevar dos botellas máximo”. Al terminar la amenaza sus palabras deshilachaban.

Como “el vivo vive del bobo”, mechoneadas hubo al intentar alguien colarse, y quien lo hiciera del pelo le sacaban.  Para navidad el gentío asustaba porque la natilla hace de la leche parte de rumba decembrina. En cada casa se asignaba al responsable de adquirirla, y, sino madrugaba el desayuno cojo quedaba, pero “la pela” y cantaleta reemplazaban la muleta. Si el envase se rompía, “aténgase a las consecuencias”, anunciaba la abue con su 114 convertido en cusca (el cigarrillo sin filtro más barato del mercado) mientras sazonaba las migas de arepa.  Cuando la fila no avanzaba, el chisme amortiguaba el desespero de esperar. Finalmente, ese litro les convertía en héroes de regreso a casa. En 1983 nadie volvió a hacer la cola cuando Colanta reemplazó la botella de vidrio por la bolsa plástica; siendo este empaque, y la cría industrial de vacas, dos de los culpables de la actual crisis climática.

16 de octubre de 2024

pensamientos de 8 \"TINTONTAN\"

  1. Tenía yo 11 años cuando conocí a Medellín, me hospedé en el barrio las Acacias de Campoamor, en guayabal y me tocó vivir la experiencia de hacer la fila para comprar los tres litros de leche que compraba mi hermana y era una experiencia única. Lo que me impresionaba era el señor que recibía la plata , usaba un carriel, sombrero vueltiao, pantalón de dril, zapatos Grulla, la famosas botas Grulla. Bonitos recuerdos de mis once años de mi primer encuentro con Medellín

  2. “ Que nota de crónica , me acuerdo de Don Alfredo que gruñón nos vendía la leche en el barrio Niquia de Bello y más tarde Doña Martha Manejo también vendía y había que madrugar o sino “ Pailas “; esos dos personajes tenían algo en común : Unas asquerosas uñas de tanto destapar los litros para echarlas en nuestras ollas y jarras , con mugre y todo caía la leche …. Y vea usted nunca nos enfermamos por eso … Excelente crónica profesor “

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