Sin olvido hay memoria
El Archivo Histórico de Medellín
(A pesar de su cierre momentáneo – por la pandemia – esta crónica encontró la llave para el ingreso)
Recordar es suspirar lo acontecido para darle vida a la vida porque el primer beso puso a temblar el corazón de quien alimenta de ingenuidad lo que nunca borrará de su inventario añejo. Lo mismo les pasa a las ciudades, y, Medellín, también suspira cuando evoca porque tiene alma – su Archivo Histórico – que guarda el tiempo ido en una casa construida en mil ochocientos noventa, la misma que hasta mil novecientos cincuenta y siete sirvió de hogar a la familia del comerciante Alfonso Villa Vásquez, quien, junto a Magdalena Gaviria, procrearon a Enrique y Jorge Villa Gaviria. Esta casa, ubicada en la calle Colombia, entre las carreras Girardot y El Palo, tiene el número cuarenta y tres – sesenta y cuatro: frente al otrora Club Medellín, donde la gente dediparada se reunía para chicanearse sus logros económicos.
Dicha casa exhibe a partir del viernes diecisiete de septiembre, de dos mil veinte – aun padeciendo su cierre por un virus – su nuevo vestido en su fachada: un inmenso mural, tejido de rojo y negro, donde los postes y cables del alumbrado público, con las palomas sobre ellos, protagonizan el título de la obra; Conexiones, indicando con este nombre lo que fuimos, somos y seremos. Esa fue la inspiración de sus creadores, pertenecientes a su laboratorio creativo, liderado por Natalia Tamayo Bernal, quienes entregan la idea a los artistas valduparenses César Figueroa y su hijo Damián, para que en el lienzo citadino invite – y se excite con la historia – a quien cerca de él se desplace.
Eso fue lo que le sucedió a Ana María cuando caminaba pensando en Jota, su pareja, y sin proponérselo levantó los ojos del asfalto urbano para que su mirada se contagiara de la magia del arte que los pinceles, las brochas, y los aerosoles hicieron. Jota fue borrado, por ella, al sentir la necesidad de ingresar – imaginariamente – a ese silencioso mundo de lo ocurrido en épocas lejanas., entonces, imagina a una sonriente vigilante, aunque la mascarilla antivirus le oculta su inspiradora alegría, dándole la bienvenida al amplio y refrigerado caserón con patio y pileta, de otra época; donde se topa, quien ingrese, con el documento más antiguo allí conservado, el cual te regresa a mil seiscientos setenta y cinco, donde se describe la fundación de la Villa de Nuestra Señora de la Candelaria de Medellín, el dos de noviembre, de dicho año; así, como con el manuscrito de “Carnero y Misceláneas de Varias Noticias, Antiguas y Modernas, de esta Villa de Medellín”, escrito en mil setecientos noventa y siete por José Antonio Benítez – ”el cojo Benítez” – el primer cronista que tuvo la ciudad –
Continúa imaginando que después de explorar su temperatura corporal – treinta y seis, le dijo – de aplicarle gel a sus manos, y de rociarle alcohol a la suela de sus zapatos – ¡ay, covid!, nos cambiaste todo, expresa Ana María con gratitud protectora al ritual de acceso – antes de cruzar la chambrana para iniciar su curiosa búsqueda, sin saber que se encontrará con las baldosas – mosaicos con diseño geométrico – las cuales sirven para recuperar las pisadas de lo que otros hicieron antes que ella.
Sin prisa pero como la brisa que en cada espacio de la casa se detiene para olfatear el ayer que la enamora, halla todo lo que contiene la historia de Medellín: planos de la ciudad cuando era más chiquita que una cuadra, fotos ultrajadas por el tiempo, testimonios de gente que una vez creyó, o, el archivo de un radio periódico tan popular, pero tan popular entre los habitantes de la década de los años sesenta y setenta, del siglo veinte, de esta capital, que la palabra rating no alcanzaría a medir su sintonía desde su nacimiento en Radio Visión. Este archivo de guiones, de las cuatro emisiones diarias del radio noticiero (1958 – 1988) fundado y dirigido por Miguel Zapata Restrepo (1919), y donado en el año dos mil al Archivo Histórico, fue transformado en audio para llenar los oídos actuales con la voz de los abuelos, o con la de los padres, o con la del tío alcahueta; fans incondicionales del nombrado noticiero que le hizo competencia a los periódicos de entonces con su frase: “Clarín dice lo que otros callan”.
Una gotita de nostalgia viaja sin afán por el rostro de la mujer al escuchar: “Seis de diciembre de mil novecientos sesenta y cinco. ¡Atención!, individuo disfrazado de sacerdote, ingresó a un almacén del centro, se midió un cachaco, le hormó, y lo pagó con un cheque falso”. Moqueando, Ana María dejó los auriculares para continuar explorando sus recuerdos empacados, ya que su abuelita María – quien lo escuchaba mientras freía las tajadas de maduro del almuerzo – siempre le manifestó que vendrían muchas pestes – como la vivida en la actualidad – por culpa de ese tumbador. Su memoria evoca el enojo que tenía la abuela después de escuchar la noticia que dejó a todos los comensales, ese mediodía, sin tajadas porque todas se le quemaron.
Al salir de la sede del Archivo Histórico, que, desde mil novecientos noventa y tres, cumple con esta tarea, Ana María vuelve a pararse frente al mural que le irradia la suficiente energía para que cruce la calle y regrese contagiada de sentimiento envejecido donde Jota, y no de coronavirus, para decirle que a partir de esa visita la historia de todo, y de todos, huele a memoria cuando el olvido no es su inquilino. Mientras camina dibuja una prolongada sonrisa al evocar los tenis enredados en el alambrado del mural, así, el tapabocas, oculte los labios que besaron, por primera vez, a quien la espera, desvaneciéndose en el recuerdo de la Calle Colombia – la que construyó Alfonso Villa Vásquez para acceder a su vivienda de teja y tapia – al doblar la esquina de la carrera El Palo.
Septiembre 17 de 2020
Excelente, como siempre.
Gracias, Flor Alba, por tu generoso comentario. Te espero en la próxima.
Héctor gracias por tu lenguaje utilizado porque nos llevas a esas épocas donde la memoria estaba vigente en el imaginario colectivo de la época, hoy olvidamos muy fácil y la memoria siempre debe estar ahí trascendiendo entre generaciones.
Poeta los Archivos Históricos son fuentes de información primaria, testifican, son conocimiento, son derechos, y como decía Napoleón » Un buen archivista es más necesario que un general de artillería».
Excelente escrito poeta…
Gracias, poeta, por tu comentario. En la próxima te espero.
Gracias, Flor Alba, por tu generoso comentario.
Sigue mi buen amigo con la pincelada precisa y evocadora que ni con la pandemia deja de sorprendernos.
Un espacio que se nombra y como una paleta exquisita se quisiera visitar ,para ir conectándonos con lo que fuimos,somos y nunca dejaremos de ser.
Gracias amigazo porque no nos dejas olvidar nuestras raíces y donde podemos beber de ellas.
Horacio, vos como siempre invitándome a continuar escribiendo la próxima. Muchas gracias por tu comentario.
La literatura literal, real, con la fuente primaria a flor de piel. El ir y devenir en la historia. Confrontando el suceso con el vendedor de tintos, de mazamorra o con el ilustrado detrás del escritorio del archivo.
Pregunta: cuántos profes saben de la existencia de este oasis ?
Miguel, muchas gracias por leer y opinar las crónicas. Te espero en la próxima, como siempre, para que las continúes disfrutándolas.
» Que crónica tan especial , para invitar al no olvido , esa fachada es esperanzadora para las nuevas generaciones, invita a ingresar , saborear y degustar del pasado en el momento presente . En buena hora profesor , como siempre , con tu impronta de buen lenguaje citadino «
Rubencho, gracias por leer esta crónica, por tu opinión sobre ella y por tus sinceras palabras en torno a mi escritura. Te espero en la próxima.