¡Si señores, era una finca!

El Parque de Aranjuez

(Mucho antes que le reinstalaran la escultura al pedestal que no la exhibía –  por alguna razón – que a vos ni a mí, en este instante no nos importa)

Para disfrutarlo se debe arañar el asfalto debido a su inclinación topográfica.  Siempre permanece despierto porque es el sitio donde las manos enamoradas besan sus suspiros, los niños abrazan sus juegos, los esposos olvidan las facturas y las vivencias de los abuelos conservan sus memorias. Limita entre las calles Noventa y Dos y Noventa y Tres, y entre las carreras Cuarenta y Nueve y Cuarenta y Nueve A, del nororiente de la Medellín.

Mientras el sol pinta el aire con brisa sonriente, un muchacho con su mano derecha enyesada, manifiesta orgulloso a su hermana, una niña de escasos tres años, quien permanece aferrada al yeso de la mano de su hermano. “Qué elegancia es el Metroplús. Está melo, ¿sí o qué?”.  La niña en su lenguaje inocente le responde: “metopus”.

Al lado de los dos parientes, una abuelita, quien carga una bolsa plástica donde lleva el revuelto para el sancocho de mañana, atraviesa – imprudentemente –  la vía de los buses articulados del transporte público masivo de la ciudad. El pito de uno de los vehículos le permite corregir su travesura vial, corriendo, hasta alcanzar la acera.

Mientras tanto, los estudiantes del Colegio Agustiniano, después de su jornada escolar caminan por el atrio de la iglesia, sin mostrar ningún síntoma de estrés. Ni siquiera se enteran del episodio de la anciana a pesar de su cercanía.

Inesperadamente una pelota rueda por la inclinada calle que da acceso al Parque. Un niño la persigue sin calcular los riesgos. De repente… ¡taz!, se escucha el llanto del menor y su rostro muestra evidencias de su caída. La pelota continúa su rodada calle abajo.

Sin inmutarse, por lo que sucede, una muchacha saluda, con un beso en la mejilla, a su “parcera” de siempre. Un estudiante, con su chompa que anuncia la graduación como bachiller, al verlas, exclama,” ¡eh, quibo, ¡quién pidió pollo!”. Mientras tanto, un perro callejero prolonga su bostezo de abandono mientras huele a otro can que se halla cerca de su amo. Ambos animales salen tras la pelota, pero el hombre frena a su mascota tirando bruscamente la cuerda que le sujeta.

En su afán por conseguir su redondo juguete, el perro sin amo, casi tumba al dueño de la farmacia, ubicada en uno de los costados del Parque, quien barre su parcelita de acera, para seducir a los clientes a comprar en su negocio.

“Cójanla, cójanla”, grita uno de los hombres que ocupan las bancas, interrumpiendo el armónico silbido de los pájaros que coquetean entre ramas y hojas. Tres señores, que sobre una mesa encementada juegan cartas, suspenden su actividad para comprobar la causa de la algarabía.

Cinco niños, recicladores de botellas, salen de prisa tras la pelota. Los costales que cargan sus frágiles hombros, crean, con la fricción del vidrio que guardan, el himno de la desesperanza al ver que su objetivo se les escapa.

Todos parecen aturdidos por la impotencia al no poder detener el juguete rodante. Es más, por el niño accidentado, nadie pregunta.

Esa indolencia va desde una de las esquinas, donde se halla la fuente que sirve de piscina a las palomas, hasta el centro del Parque, donde se halla un pedestal con una placa, que dice. “Talentos de libertad. Escultora, Luz María Piedrahita”. Lo paradójico es que encima del pedestal, no hay escultura. Y nadie se pregunta, siquiera, ¿qué pasó?  Acaso, de tanto acudir al lugar, como el operario de las Empresas Varias asignado para barrerlo, no existe explicación para el significado de la ausencia. Su rutina laboral le ocultó su capacidad de asombro.

Ni los ríos de personas que entran y salen de la Estación Aranjuez del Metroplús, que queda, ahí mismito, se pierden el espectáculo de la pelota que sobre las empinadas vías, rueda.

Todo pasa simultáneamente como el caso de un joven padre quien, con sus dos hijos, juega basquetbol, mientras cinco niños disfrutan del fútbolito en la pequeña placa polideportiva.

Como ni la pelota, ni el perro aparecieron, todo vuelve a su normalidad. El niño dueño de su ilusión deportiva fue recogido por su madre. Su caída no tuvo implicación alguna.

Como si se tratase de crear un trabalenguas del comercio familiar, los límites de este rectángulo de espacio público,  son trazados por la economía del emprendimiento, ya que,  en sus alrededores se hallan las panaderías, los restaurantes, la heladería, los bares, la discoteca, la venta del servicio internet y celulares, el minimercado, el casino, la prendería, la odontología, el servicio médico, la tienda, la carnicería, el almacencito de variedades, y el local que ocupa el colegio Agustiniano. Además, se le debe sumar a ese mercado formal, la economía del rebusque como las ventas de papas fritas, buñuelos, empanadas, críspelas, chuzos, morcilla, chunchurria y mango biche con sal y pimienta.

Quienes ingresan a misa, en la iglesia San Nicolás de Tolentino –  que se comenzó a construir en 1929, y adoptando su actual nombre en 1976, por la devoción del padre Gonzalo Cárdenas, por este santo; la misma fe que contagió a la comunidad – santiguan sus peticiones al cielo y, esas mismas personas, cuando salen de la misa buscan uno de los negocios que limitan con el Parque para no olvidar que su condición humana está aquí, en el suelo.

Las graderías del atrio sirven de tribuna para que los parroquianos, como don José, un abuelo de setenta y siete años, recree sus recuerdos mientras saborea sus nostalgias sobre lo vivido al contárselas a su nieto Nicolás, que le escucha con paciencia.

“Mijo, quién iba a imaginar, que, en 1916, Aranjuez era una finca. Sí, mijo, Don Manuel José Álvarez Carrasquilla tenía mucha plata. Compró mucha tierra en la Medellín de comienzos del siglo veinte. Le compró la finca de ganado Berlín a Ismael Posada por quince mil pesos, y entonces, decidió construir un barrio, éste, al que le dio el nombre de Aranjuez. La finca medía doscientas veintitrés cuadras.

Como él viajaba mucho a España, y aprendió a querer ese país, decidió llamar Aranjuez al barrio que fundó para recordar un pueblito de la provincia de Madrid. En España una provincia es lo mismo que en Colombia una Región.

Mire, mijito, cómo ha cambiado el Parque. Aquí, en la iglesia, se vendían unos bizcochitos muy famosos en Medellín, y la gente de todos los barrios venían para comprarlos, se llamaban los bizcochitos de San Nicolás. Parecía una procesión ver tanta gente adquiriéndolos dizque pa’ dejar de beber, pa’ evitar que la novia se marchara, pa’ curarse de cualquier enfermedad, o simplemente, otros los compraban como pasante para que el guaro supiera mejor”

“Abue”, le interrumpe el muchacho. “¿Cómo era antes el Parque?”. “Pues, muchachito, antes no había Metroplús, pero, sí, Tranvía; el cual llegaba hasta la calle Noventa y Tres con la carrera Cuarenta y Nueve B. En ese entonces, el reloj de la Iglesia funcionaba muy bien: mijo, todo cambia”.

En esas, llega la hermanita de Nicolás, les interrumpe la evocación para informales que la comida está servida. Ambos se paran, y, los tres – con anciana lentitud –  emprenden camino a casa, la cual queda detrás del templo. El viejo – en silencio –  guarda en su pensamiento el aroma de la conversación con su nieto porque todo le huele a transformación.

 

 

pensamientos de 15 \"¡ SI SEÑORES, ERA UNA FINCA !\"

  1. Una transformación que para bien o para mal nos tocó a nosotros y les toca a los de ahora y seguirá así ,porque en este municipio transforman para gastarse la plata , no contando con las necesidades de la comunidad y lo paradójico es que somos calco de otras regiones del mundo.
    Gracias Maestro por estas líneas que nos siguen refrescando el alma.

  2. » Como no recordar los bizcochos de San Nicolas , eran de esos pasantes que no podían faltar en los bares de Medellín, cuantos de esos fueron testigos de historias de antaño , como las que nos comparte con su excelente pluma el profesor Barrientos…Gracias profe por una vez más , llevarnos con nostalgia incluida , a recordar lo que decían nuestros abuelos…. Todo tiempo pasado mijo , fue mejor ….»
    Esperamos la otra crónica , estamos?
    RDV

  3. Me gustó la crónica porque explicaron parte de la transformación, aunque se enfocó mucho en la pelota y me parece que faltó profundizar más acerca de cómo era el barrio antes,pero independiente de eso me gustó que hablaran sobre la evolución y como todo cambia a medida que pasa el tiempo y como las personas se vuelven más ignorantes cada día.

    1. Valeria, que agradable saber que hiciste una lectura reflexiva en esta crónica. Esa es la intención, digerir tu propio aprendizaje para continuar en la tarea de crear oras versiones sobre el mismo concepto.

  4. La crónica me gustó, trata sobre la evolución de uno de los barrios más estigmatizados de Medellín,en el que aún perduran las costumbres,pero cada vez más mezclándose con balas,muerte y sangre.Es la violencia que ha marcado nuestra ciudad,la que daña nuestras vidas,la que destruye almas, la que desgasta el amor y deja la soledad en su mayor esplendo. Es tan común ver a una abuelita mercando y llevando sus alimentos para el sustento diario, como ver también a los pandilleros del barrio con sus armas.

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