Sembradores

De heroísmo

El privilegio del mínimo esfuerzo ignora el sacrificio de quien sí trabaja. La arrogancia de quienes niegan su existencia se alimenta de quienes tienen callos, pero que jamás se jubilan. Buscando el tema para esta crónica, tomé un bus y llegué hasta la finquita de dos octogenarios que, para que condimentemos con Cilantro el almuerzo, deben esperar 70 días para cosechar la siembra. Un puñado de esta hierba aromática es borrado cuando el precio regateamos. “Véndeme mil pesitos. No, no, mejor trescientos”. O cuando decimos “¡noooo!, no me dañés el sancocho con ese rastrojero”. Don Ramón y doña Berta demoran dos meses y diez días, de 5 a 5 sin parar, para que alguien les insulte pidiendo rebaja, o simplemente diciendo “¡guácala!”, porque no le apetece. La veterana pareja habita una de las 12 veredas que tiene el corregimiento san Cristóbal, al occidente de Medellín, distante 11 km del parque Berrio. En El Patio se halla la parcela de dos hectáreas donde el Cilantro es el protagonista. También cultivan cebolla, fresas, lechuga y coles.  Estos sabios jornaleros nutren a la ciudad que los olvida. Sobreviven de milagro ante el indolente mercado. Así actúa la calculadora social, desconociendo que sin campo no hay comida, y sin comida no habrá Master Chef, ni goleadores, ni cínicos políticos, ni cantantes que embriaguen el recuerdo, ni influencer que con pendejadas se enriquecen. Mejor dicho. ¡Sin campesinos la ciudad no existe! 

Nuestros genuinos Héroes a las cinco se levantan. Degustan su tintico para calentar el frio veredal. Entre neblina y oscuridad comienzan a acariciar la huerta sin utilizar el veneno que usa el inescrupuloso negocio agrícola. La pareja de abuelos, aunque cultivan otras hortalizas, al Cilantro lo quieren como al nieto que nunca tuvieron, porque a este vegetal muchos le hacen “fó”. Su jornada va más allá del aguante, hasta las cinco de cada tarde. “No era como cuando teníamos veinte, mijo”, me dice doña Berta con voz de nobleza perpetua, mientras me trae el tintico que sus aporreadas manos calentaron. “Pero ahí vamos, songo sorongo, y después de esos dos meses y diez días, nace en Ramón, y en mí, una sonrisa inapagable. Nuestro Cilantro ha crecido”. Ríe con timidez al preguntarme. “Le gustó el cafecito mijo”. Don Ramón me cuenta que hace 6 años regalaron toda la producción que tenían entre quienes pasaban por el Túnel de Occidente. “Así protestamos. Queríamos llamar la atención del alcalde, que nos viera, pero, como siempre, se hizo el pendejo. Perdíamos más si lo vendíamos. Los corbatudos deben entender que la dignidad campesina no se negocia”. Sus ojos son dolor narrando tanto abandono. Con un abrazo me despido masticándome mi propia rabia. Mientras regreso evoco sus uñas arañando la tierra, y en sus miradas guardadas las grietas que deja el azadón.

Al volver extraño el aire, la pulcritud de sus corazones, la mesura al andar, la tranquilidad de su edad. En el hormigón que me hospeda concluyo que la cultura urbana es una mentira fabricada en los medios de distorsión. Sin el campesino morimos. Esta ciudad es rural, ¡y punto! De los 376 kilómetros cuadrados que mide su suelo, 263 son de las mujeres y hombres del campo (Medellín tiene 5 corregimientos y 52 veredas) que no lo abandonan así la pobreza les arrincone. Esta pareja de silencios renovados representa lo que son. ¡Autenticidad sin trampa!  Son la esencia de la patria porque construyen lo que otros destruyen. Son el himno y la bandera de la Nación. Argumento suficiente para que, en este texto, sean los Héroes y Heroínas que regalan lo que los demás necesitan, así se queden sin nada.

Abril 2 de 2024

 

pensamientos de 12 \"SEMBRADORES\"

  1. El privilegio del mínimo esfuerzo ignora el sacrificio de quién sí trabaja… Leyendo la crónica, se me a entrado un sucio en el ojo… Pero como es bajo la lluvia, no sabrán que clase de lluvia lavó mis lágrimas.

  2. Crónica con olor a campo real,de esos que se levantan con el canto del gallo y se acuestan con las gallinas y no con aquellos hacendados que se la dan de campesinos con su lenguaje y su escapulario.

  3. Sembradores de vida , cuya producción desprecia la salvaje competencia, esa oferta y demanda cargada de oscuros intereses para enriquecer a los más pudientes. El campesino, sembrador de ilusiones, alimentador de esperanzas, seguirá arando sobre campos abonados con las semillas de la paz.

  4. Buena crónica. El retrato descriptivo de esa pareja de octogenarios es sin duda el reflejo de un alto porcentaje de pequeños productores rurales en Colombia; sus hijos, nietos, migrán a las ciudades en busca de mejores condiciones, dado que en el campo no las encuentran. Medellín , tiene una ventaja, es urbana y rural a la vez, lo que facilita sin duda la tan anhelada seguridad alimentaria, mientras las condiciones ofrecidas por parte del gobierno a estos pequeños productores, así lo permitan.

  5. “ Gran homenaje a esos seres anónimos que día a día aran la tierra sin cansancio , sin afanes , con ilusiones y esperanzas , esperanzas estas que cada vez suelen ser una utopía …. En buena hora dicho reconocimiento “

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