¡NOS PILLAMOS EN EL PARANINFO!

La Plazuela de san Ignacio

(Cuando aún no existía el Tranvía que viaja por la calle Ayacucho,  ni al reloj de la iglesia,  lo habían, aún, reparado)

El nerviosismo delataba al joven bachiller que llegó hasta la esquina de este pequeño rectángulo –  que pareciera que se aislara del ruidoso quejido de los motores citadinos que mueven el estrés de los habitantes y visitantes del Centro –  para obtener la fotografía que anexará a la solicitud que le garantizará un puesto como empacador de un supermercado de la calle Pichincha, donde “todo es fresco”, como dice una de sus clientas.

Decide entrar al local ubicado en una de las esquinas de la calle Ayacucho, algo averigua, regresa al atrio de la iglesia – la misma que tiene desde 1977 su circular reloj dañado – escarba sus bolsillos, hace cuentas, decide emprender el camino, de nuevo, hacia el pequeño negocio de fotos instantáneas. En su afán esquiva el tumulto que espera la ruta de uno los buses, que en límites de  la Plazuela, paran sobre la calle Ayacucho, mientras que  un taxi frena quejándose, evitando, así,  atropellarlo.  De un brinco el joven atraviesa la extensión de la calle para volver a entrar al negocio de fotos.

No tarda más de diez minutos dentro del reducido local y vuelve asustado al sitio que ocupaba. Sus ideas enhebran más ideas sobre lo que en ésta Plazuela pasa.

Da unos pasos y llega a una minúscula panadería, compra una Coca-Cola para bajarle temperatura a su ansiedad desempleada. Vuelve y recuenta unas monedas y guarda las sobrantes en uno de sus bolsillos del desteñido yin que viste. Debe dejar para el pasaje de regreso a la casa, por esa razón, no pidió una empanada que enamoró a su mirada gastronómica.

Después de degustar la frialdad de la gaseosa, vuelve y se ubica sobre el atrio de la misma iglesia,  con la idea que desde, no se sabe dónde, le den un empujoncito, una ayudita, para que su historia desocupada cambie.

Entra y reza un padrenuestro al Dios de sus convicciones, se santigua al salir, y vuelve a pararse  dónde llegó hace rato.

Analiza a todo aquel que en sus ojos atrapan. Diseña estrategias visuales para leer el mundo humano y físico de este espacio público.

De repente llaman a misa. Muy pocos acuden. Al inicio de la misma piensa el sacerdote,  que la fe se ocultó del alma de sus clientes, un gesto de decepción le hace suspirar,” ¡ah!, tiempos pasados”, se toca el pecho y ¡taz!. Un golpe con alma llama a los curiosos, que fuera del templo, se hallaban. La iglesia éste mes por primera vez se llena. El cura se desvaneció, su corazón no aguantó tanta soledad.

Ya en el bus, el analítico bachiller, regresa el vídeo que grabó en su memoria y lo recuerda mientras el vehículo avanza hacia su destino.

Será que don Francisco de Paula, el expresidente en dos ocasiones,  es culpable de lo sucedido por darle la espalda a Dios o por haber traicionado a Bolívar. Hace alusión a la estatua del “hombre de las leyes” que allí se encuentra, justo frente a la iglesia. Evoca ese mercado de todo lo que allí se ofrece, tinto en termo, llamadas por celular  a doscientos pesos el minuto, mendigos pidiendo lo que otros le niegan, periódicos y revistas, matas, flores, el brillo de los zapatos que ya encanecieron, cigarrillos menudeados, rodajas de piña, aguacates, manzanas y papaya fragmentada: vitrina del rebusque,  pareciera que el asfalto se hubiese tragado al campo.

El muchacho recuerda el centro de la Plazuela, donde se hallan, un obelisco enano, el águila de metal que no intenta volar y sobre el que descansa el rostro del general Marceliano Vélez – primer egresado de Derecho de la U de A y cinco veces gobernador de Antioquia – a quien, en su gesto congelado, parece nada importarle,  como tampoco,  a la señora que discute con su hijo porque se bebió la plata del mercado, quien ve el busto pero ni siquiera se indaga,  ¿quién es ese señor?

Cuando baja del bus, en un barrio tan empinado que sus moradores arañan sin esfuerzo las nubes,  se pregunta si el cura que el ayer le roba suspiros,  sigue vivo, pero lo que no borrará su recuerdo es la energía de este sitio donde se juega ajedrez, donde se vive la prisa anónima de transeúnte sin edad ya que es un punto de encuentro para el desencuentro. “En el Paraninfo, nos pillamos a las seis”. Ésta promesa de reencuentro se la escuchó decir, mientras esperaba en el atrio,  a un estudiante, de uno de los institutos de educación flexible, que cerquita funcionan.

Como novato de economía del país, éste bachiller sabe que la chaza que cuelga del cuello de un anciano con nostalgia de su parcela, es un indicador del desempleo que estrangula a la ciudad. Todo se seguirá ofreciendo en este rectángulo de árboles y cemento, piensa él: las artesanías que en los toldos se anuncian, las manos inocentes de dos niñas, quienes con sus madres descalzas, se estiran para solicitar una moneda. Ellas llegaron hasta aquí desde su lejana etnia, geografía y cultura, tan lejanas como su cercanía con  la mendicidad que aumenta en una urbe indolente.

Cuando el ansioso bachiller ingresa a su hogar,  su madre, con voz piadosa,  le dice: “mijo, Dios se acordó de nosotros.  Tanto le pedí que lo acaban de llamar de Comfama san Ignacio. El martes comienza a trabajar. Ahí mismito lo deja el bus”.

Ni se imaginó, nuestro joven bachiller, que a pasitos estaba de lo que será su rutina, después de estar en la Plazuela, que oficialmente se llama, desde 1887, José Félix de Restrepo, quien fuera un importante educador y magistrado en el periodo de la independencia de España, en el siglo diecinueve, pero que todos la conocen como san Ignacio, como se llama la iglesia,  porque así es nuestra memoria camandulera.

Con razón, amá, le responde el muchacho mientras un abrazo le regala. A mí, ése lugar me olió ha pasado por tanta historia que vi mientras esperaba.

“Qué, dice, mijo”. Nada, madre. ¿Tenés juguito en la nevera?

 

pensamientos de 4 \"¡NOS PILLAMOS EN EL PARANINFO!\"

  1. La descripción en la crónica referente al bachiller, con respecto a las oportunidades de empleo que tienen actualmente es una realidad, por no tener recursos para continuar estudios superiores. Terminan ejerciendo empleos informales, mal remunerados. Esperamos que cambien los tiempos, donde tengan más oportunidades par salir adelante.
    Yo paso frecuentemente por ese parque, y la actividad comercial de empleos informales es tal cual, pero hay otros actores que me llaman la atención y son los alcohólicos, tirados en el atrio de la iglesia, indiferentes al entorno, nada les preocupa, al menos mientras permanecen ebrios.

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