HISTORIAS SIN HISTERIAS

El Parque de Bolívar

(Antes de otro cambio de look que le hace otro alcalde. ¿Cuántas veces más despegarán un adoquín para volverlo a sembrar de nuevo? )

Desde 1892, cuando El Parque de Bolívar fue fundado en homenaje a don Simón José Antonio de la Santísima Trinidad Bolívar Ponte y Palacios Blanco,  ¡uff!, o como le decimos en la escuela, “El Libertador Simón Bolívar”. Hombres veteranos de tanto acumular decepciones con sus poros cicatrizados por la dureza de sus incertidumbres,  adornan el aire de este pulmoncito de ciudad, que en sus árboles,  guarda la evolución de lo fue un caserío que se transformó en capital.

Esos mismos hombres, como los de ahora, como los del siglo veintiuno, se sientan, caminan pesadamente, se paran, se aglomeran en círculo, escuchan, discuten temas sobre el Dios de todos, sobre el Dios de ellos, sobre el Dios de ninguno,  mientras  disfrutan de un tinto callejero,  que una mujer de tierna preocupación,  les sirve de un termo que pasea en un oxidado cochecito para bebé,

Esos hombres ayudan a armar la cotidianidad del Parque que enamora, miente, amenaza, siente, arrulla, grita, corre, gatea, suspira, aspira humo, respira incienso, remacha correas, vende artesanías, fabrica poemas y protege la mirada de los policías que le observan con maliciosa paranoia.

Todos inventan el guión diario, para vivir, soñar, pensar, hablar, dormir y descansar. Ciclo permanente que por más de un siglo ha contribuido que en sus límites,  vivan los que una vez fueron ricos como Pastor Restrepo, dueño de la única casa – mansión  del siglo diecinueve,  que aún queda en la ciudad aunque deteriorada y,  ahora,  la disfrutan quienes sueñan con serlo comprando el Baloto que nunca ganan.

La Retreta de la U de A, el grupo teatral “la Barca de los Locos”, el loquito de siempre, los hippies de ayer, los amantes del ajedrez, de la conversación, de la pelea verbal, el vendedor de arepas asadas o el chorizo frito, el que canjea un chicle por una moneda sin peso, el que se encuentra un peso así sea falsificado, un parcero, el bacán, la mamá de todos, el travesti, la suegra de los barrios altos, los que rezan, los que ríen, los fotógrafos que congelan la memoria para que los nietos de los nietos conozcan los que ya se fueron, los que hacen la fila para ingresar al Teatro Lido, los tertuliantes de La Polonesa que tintean, todos son habitantes de éste mismo suelo.

Y el sello lo pone el primer sábado de cada mes,  San Alejo, el santo del rebusque, de los aretes  artesanales, de las molas, de la camisa tejida, del taburete de bambú, del arequipe innovado. Ese ritual mensual reúne pacifistas, fans de Bob Marley, seguidores de Silvio Rodríguez o Metaleros. Hasta aquí también llegan los  enemigos de la injusticia, los estudiantes de la universidad estatal, los soñadores, los amigos del vino, del licor barato, de la bareta, del diálogo abrazador.

Mientras la muchedumbre camina, mira, regatea precios y compra, otros, ese sábado, ofrecen guarapo, chorizo frito, papitas con colesterol light. Todo es unión y mucha poesía.

Mientras tanto dos calvos se abrazan, claro,  hace treinta años se graduaron como profesionales y esta es la oportunidad para redescubrirse sin pelo. El Mimo imita, se burla de un señor cojo y éste le da un pico en la frente pintada de sarcasmo, como pago a su esfuerzo. Aquí todo es humo, verso, Neruda, Mario Benedetti, Silvio Rodriguez, Alejandra Pizarnik, Pablo Milanés, música de concreto.

En una de sus esquinas, sobre la calle Caracas, cerquita del viejo árbol que tiene sus raíces por barba, una vendedora de revistas acaricia con su mirada, las flores de las maticas que ofrece una viejita en su vivero de la necesidad.

En silencio, sin voz, permanece la vieja Catedral, la más grande de ladrillo cosido del mundo, dicen que un millón ciento veinte mil adobes se utilizaron para su construcción – en este momento de la historia citadina, sería bacano averiguar, quién los contó- Cerquita de ella la fuente recicla su agua para lanzar chorritos de diversión a los niños y abuelos, mientras una paloma busca albergue sobre la inteligencia del Libertador que permanece enorme sobre su gigante caballo vigilando la cotidianidad del Parque para que no huela a peligro el transitar por aquí. Siendo, ésta, la primera estatua que de Bolívar  se instalara en Medellín, la cual fue  inaugurada el 7 de agosto de 1923. Esta obra es del escultor italiano Giovanni Anderlini y fundida por su compatriota Eugenio Maccagnani. Lo cierto es que a ninguna de las cientos de  personas que por acá arrastran sus pisadas a diario no les interesa saber este dato, al igual,  que quien diseñó el pedestal de mármol blanco sobre el que se posan el caballo y su jinete, fue el arquitecto belga Agustin Goovaerts.

Mientras tanto, en las escalas del atrio se oyen aplausos, sí,  mucha gente asiste a otra versión del Festival de Mimos y quienes lo disfrutan no pagan la función,  pero saben que dos manos, muchas manos chocando,  son suficiente para alimentar el talento de estos silenciosos gestos.

Suenan las campanas de la Catedral Metropolitana, algunos ingresan a cumplir con su ritual semanal de escuchar la misa que les dará la visa para llegar a la salvación, cuando sus cuerpos ya no estén en su rutina de parquearse dentro del Parque.

Los que aquí viven también cierran  la puerta de otra jornada de un Parque central, de nuestra capital. La misma que un día fue un pueblito, que no necesitaba ni Tranvía, ni Metro, ni Metroplús,  ni el volador Metrocable, en un espacio que huele a historias sin histerias.

 

pensamientos de 6 \"HISTORIAS SIN HISTERIAS\"

  1. Buena crónica sobre el parque. Allí en las discusiones de los visitantes aprendí conceptos que no sabía, por ejemplo que los curas hasta el año 1000 eran casados, tenían hijos y otras profesiones. En ocasiones y en momentos de ocio, allí me parchaba a oír las discusiones.
    No sabía que Simón Bolívar tenía un nombre tan largo. ¿Será que la firma es así de larga?

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