¿No sé cómo?

Pero lo logré

 

Para no renunciar hasta lotería vendí en el atrio de la candelaria.

 

La universidad pública era indolente cuando negaba a un aspirante su ingreso. Quienes debíamos trabajar para sobrevivir allí no cabíamos, porque el horario (con varios huecos entre clase y clase) exigía permanecer todo el día.  El mismo decano, ante la solicitud de considerar el hecho de laborar para poder comer, con soberbia me respondió: “sí estudia NO trabaja” (así, en negrilla y subrayado)

  • ¿Qué hacíamos los bachilleres – de entonces – ante esta negación?

Tachar el sueño universitario o evaluar otra opción.

  • ¿Cuál?

Como no había virtualidad, ni cursos semi presenciales, sólo quedaba elegir la costosa universidad privada y nocturna.

Así, que, decidí ahorrar parte de lo poco que ganaba (mucho menos del salario mínimo) que, en 1981 era de $5.700 (lo que cuestan hoy 24 huevos de codorniz en el Éxito) porque era obrero (así me llamaba el dueño) en un pequeño taller de zapatería del barrio Kennedy (Robledo), noroccidente de Medellín, en donde no tenía un salario fijo mensual, siendo mi sueldo según lo que produjera. Allí era guarnecedor, es decir, el encargado de alimentar a dos soladores (quienes ponían el corte que les entregaba en una horma para adherirle la suela). Los tres éramos el taller. Cosía en una rudimentaria máquina de pedal todos los componentes y accesorios de cuero, para fabricar la parte superior del calzado. Me pagaban por cada par de corte terminado, y en entregar una docena de esos pares, demoraban día y medio, por ser primitivamente artesanal el proceso: en síntesis, en las cuatro semanas del mes ganaba una migajita de una migaja.

Masticando carencias logré ahorrar el valor de la inscripción. El examen de admisión fue el domingo 1 de noviembre de 1981, a las nueve de la mañana. Desde el barrio Palermo (Aranjuez) en el nororiente (donde había alquilado una habitación) bajé a pie porque no podía gastarme (tenía que exprimir cada moneda) los $3.50 que costaba el pasaje en bus. Y como era ida y vuelta, ¡paila!, a caminar mijo. Ese día llegué a Tenerife, entre las calles Colombia y Ayacucho, una hora antes; hallando un montón de ansiedad expectante esperando que abrieran el portón para saciar la angustia primípara. La Universidad Autónoma Latinoamericana examinaría nuestro joven sueño académico. Al aula 20 nos dirigimos en procesión; éramos tantos que esa amplia aula se llenó. Los pupitres atornillados a la baldosa roja y amarilla, estaban muy distante uno del otro, y, un señor con cara de escolta regañado nos recibió. Después me enteré que ese salón, del primer piso, lo llamaban “el matadero”, imagínate el por qué de ese nombre. La credencial 1763 sería mi pasaporte si respondía acertadamente el plegado cuestionario. Con incierto sustico, el domingo 8 de noviembre compré El Colombiano para ver el resultado: ¡pasé! El jueves 12 de noviembre me matriculé. Esa noche me entregaron una carpeta con información pertinente a la carrera y un disco de acetato de 45 RPM, el cual contenía el himno de la universidad. Subí por la calle Colombia sin temor a ser atracado porque había logrado dar el primer paso. Cuando llegué al cruce de la carrera Carabobo, donde tomaría el bus de regreso a Aranjuez, se me olvidaron los raponazos de relojes, gafas, aretes, o del disco que bajo el sobaco protegía, mientras colgado, con medio cuerpo fuera de la puerta delantera del bus, hacía maromas para no caerme, pues en el interior no cabía un gramo más de sudor trabajador.  El lunes 8 de febrero de 1982, a las seis de la tarde, inicie clases sin saber que, al comienzo del semestre siguiente, una larga fila tenía que hacer para que el rector Jairo Uribe (papá Uribe le decíamos) me fiará la permanencia en la institución así debiera el anterior crédito. Mi testaruda resiliencia permitió que el viernes 6 de diciembre de 1985, a las nueve de la mañana, me graduara con la nostalgia acumulada, no porque no hubiese aprendido Filosofía, sino porque encontré a quienes hoy son parceros, mis compañeros de aula.

Junio 6 de 2024

pensamientos de 16 \"¿NO SÉ CÓMO?\"

  1. Felicitaciones por haber realizado un enorme y gratificante esfuerzo para estudiar. El estudio libera, da carácter, abre los ojos y la mente y nos sirve para seguir aprendiendo. Se nota que te tocó duro. Así, seguramente, hay más ansias por el saber. Un buen recuerdo. Saludos.

  2. Magnífica historia, merecedora de contatr y digna de las mas gratas y enormes felicitaciones, por tu gallardía para ponerle el pecho a esas infranqueables pruebas que te puso la vida , mi respeto.!! Solo las personas con deseos de victoria la logran, ya tu haz recogido y saboreado tus merecidos frutos. Un abrazo.tqm

  3. Nos tocó duro,pero superamos los obstáculos que nos puso la vida y aquí estamos.
    Por eso te gusta ayudar a quienes lo necesitan y te han buscado o los encuentras por obra y gracia del destino.

  4. Creo que esa promoción tuya fue la primera en decretar paro de facultad, exigiendo mejoramiento en calidad académica de los programas que ofrecía La Autónoma, en educación. Te confieso que yo me sentí estafado y comprador de un diploma de licenciado.

    1. Miguel. Inconformismo pensante, con hambre de crítica y soluciones. Eso fuimos, inconformes temerarios que nunca le dijimos nunca al riesgo de sobrevivir. Gracias por leer y opinar sobre esos añejos tiempos, que permitieron que hoy que seamos los mismos de sIempre, en cada reencuentro.

  5. Cuando se obtienen logros anhelados soportando situaciones difíciles, significa que el trabajo venidero se realiza con amor y eficiencia.

  6. “ No estoy equivocado al colocar al Profesor Barrientos cómo un gran referente en mi caminar … Un gran testimonio para imitar … Abrazo fraterno por tu gran ejemplo mi buen amigo Héctor “

    1. Rubencho. Gracias por ser mi gran amigo. Gracias por desandar y superar juntos tantos momentos idos. Gracias por ese respeto mutuo de dos parceros que un día se encontraron para ayudarse mutuamente.

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