La letra con sangre
no entra
Comienzan las pelas
Voces y miradas inquisidoras, como cuando al acusado se le condena, fue mi experiencia como estudiante. Descalificar era el verbo preferido por los profes cuando reaccionaba para que no me cuadricularan. Un 1, un hijueputa número me juzgaba si no repetía lo que me obligaban repetir en las previas, exámenes finales, quiz, o exposiciones. De la primaria recuerdo cinco filas de pupitres decorando la jaula (perdón, el aula) con el pánico de nosotros, los niños, (era masculino) al ver el rostro de las preguntas sobre la clase del día anterior. Esas filas nos atornillaban al puesto: los mejor calificados los sentaban en el extremo derecho, seguían los menos exitosos, los otros, después los otros, y por último los fracasados, los inservibles, los desechables, quienes eran lanzados al paredón izquierdo, al ser los “burros o vagos” de quienes le exigían al grupo no parecerse a ellos. Y sí no iba a misa venían los reglazos en la palma de una mano, (no se podía usar la otra) uno por cada día de la semana, o si llegaba tarde a la escuela, extiéndala otra vez, y según el día de la semana, tome sin averiguar qué sucedió en la tardanza: lunes, taque, un reglazo, martes, dos, miércoles, tres… ¿se imaginan la carita mía el viernes? y para que la regla se quebrara creé una trampa inocente, en mitad de la mano extendida agregaba una pestaña. Ese pelito nunca me funcionó. En una ocasión, en segundo grado, se me negó el recreo, y de pie, frente al tablero, solo como un guevón, en voz alta durante veinte minutos repetía: “doce por dos veinticuatro, trece por uno trece”, hasta llegar a la tabla del diecinueve. En ese mismo grado, el penúltimo día, cuando todo era alegría por terminarse el año académico, me robaron uno de los dos cuadernos de matemáticas. El profe me obligó a rehacer las cien hojas con todos los temas. No tuve más opción que acostarme a las cinco (con el dedo índice torturado de apretar el lapicero) para estar en la jaula a las seis. Humillado, hoy todavía no entiendo porque se me juzgó con un trasnocho injustificado pues no iba a ser el ladrón de mi propio sacrificio.

Escribiendo este texto (una vida después) comprendí mi temor sino pertenecía a la fila derecha. Quería que los demás me vieran como un mártir para no hacer el ridículo (públicamente) si me sentaban en los pupitres prohibidos de los profes, entonces obedecía instrucciones, repetía lecciones, no tenía tiempo para jugar con mis amiguitos, y todo por cumplir con tareas que simplemente copiaba. Ser mártir permitió que cada mes me anclaran en el pecho (en los actos cívicos) una medalla, sin entender para qué servía ese reconocimiento. Ante esa ausencia de rebeldía, con ansiedad esperaba que la primera semana de cada mes, en una tarjeta el director de la Escuela adhiriera mi nombre en un enorme tablero, que a todos nos obligaban visitar. Y cuando llegaba a casa con la latica amarrada al uniforme (la cual mostraba orgulloso por donde pasaba de regreso) mi papá explotaba de vanidad por la sumisión que habitaba en el tercero, de sus seis hijos.
Septiembre 30 de 2025
Yo nunca supe que era izar bandera o llevar un escudo como el mejor del grupo, por lo único que sobresalía era pir jugar fútbol, pero si recuerdo por estar en la fila de los malos y por tener mi control de disciplina con varias cruces y todo eso sirvió para que cada vez fuera más reacio al orden y a los «buenos» que necesita la «sociedad» y finalmente terminé como maestro peligroso.
Fernando. Gracias por estar en cada crónica. Te espero en la próxima.
A muchos de los de canas nos tocó ese suplicio de la regla y otras aberraciones educativas.
Unas veces por angelitos negros , otras por no contestar o simplemente por no ser el sapo del salón.
Horacio. Como siempre, te espero en la siguiente crónica.
El trato discriminatorio y violento de profesores a estudiante, en aquella desafortunada época , cuando eramos niños , influyó en el arraigo de creencias limitantes en el subconsciente de muchos que muy posiblemente les impidió obtener logros en la vida. Afortunadamente ya el concepto obsoleto de la letra entra con sangre no es muy frecuente en la educación. Las épocas cambian y el cerebro del hombre evoluciona para discernir entre lo bueno y lo malo.
Jaime. Gracias por tu presencia en esta página, leyendo y opinando. Te espero en la siguiente.
“ Es cierto , esos reglasos eran propios de la época y creo a muchos de nosotros nos tocó padecerlos , que tal ah ?
Y saber que era lo que más “ Funcionaba” para formarnos que horror”
Rubencho. Gracias por pasar por acá. Te espero en la próxima.