La letra con sangre

no entra

Cuando se es… alguien se incomoda.

Cuando ingreso a la Universidad (buscando la Filosofía) encuentro añejos métodos de enseñanza que evitan desaprender lo aprendido porque pensar es peligroso, cuestionar es riesgoso, y analizar no le agrada a quien se cree dios, vestido con camisa de manga larga y pantalón bota campana de terlete. Me matriculo en La Autónoma Latinoamericana (Tenerife con Ayacucho) porque es nocturno el horario y requería del día para rebuscarme la sobrevivencia. El plegable promocional invitaba a debatir, a preguntar, a proponer, a liderar, a cooperar, a reír, a disfrutar, y a vivir, sensible – mente, el mundo racional. Allí regreso a la escuelita primaria y al colegio de bachillerato, al toparme con docentes que niegan la realidad de sus estudiantes. Uno de ellos (levitando con cinismo teatral) en mitad de una clase, ante la pregunta que le hice, con risita estratificada me respondió. “Lo único que me preocupa es que la Oriental (céntrica avenida de Medellín) no tenga árboles para enganchar una hamaca. Lo demás no me trasnocha porque tengo carro, apartamento, y un MUY (lo escribo en mayúscula y subrayado en negrilla, al recordar que su tonito subió hasta donde llega la prepotencia) buen sueldo”. Esa respuesta se convirtió en un atraco con corta uñas, en un lugar hecho para humanizar. Y como en el bachillerato (cuando indagué por la utilidad de la estructura del Benceno en mi adolescencia) por interrogar el contexto temático de las clases, repetí en el siguiente semestre una materia porque a quien la orientaba le incomodó mi interrogante, el cual relacionaba las crisis que vivía Medellín en su periferia con lo que él explicaba. Pagué un semestre más para repetir los mismos gestos del tipo aquel, las mismas fichas de cartulinas manoseadas, de donde extraía palabras prestadas, y con las que intimidaba, sino se repetía lo que él quería escuchar. Su incapacidad argumentativa sugirió que me fuera de esa catedra, que me pondría un tres al final (de 1 a 5) y, así, su rutina se normalizaba.  Para no torturarme con esa asfixiante verborrea, un 3 fue suficiente para no volverle a ver.  Me gradué como Licenciado en Filosofía e Historia, y después de tres décadas como docente de secundaria en Antioquia y Medellín, reconozco a dos Maestros que influyeron en mi formación intelectual (como aquel de tercero de bachillerato) al despertarme la autocrítica, valorando mis expectativas y necesidades académicas. Esos a quienes no les importó cuánto sabía, me entusiasmaron a viajar más allá de las paredes universitarias. A  Fabio Humberto Giraldo, y Luis Carlos Correa (Lucas) les debo la proximidad que tuve con quienes fueron – posteriormente  – mis estudiantes de diez y once grado, cuando les invitaba a pensarse leyendo y releyendo lo que oculta el inescrupuloso mercado vigente, que  vende la dignidad personal al esclavizarnos con la idea de éxito,  fama, o glamour; transformándonos en adicto compradores que negamos lo imprescindible, lo valioso, lo importante, lo invendible, lo esencial, lo que no mostrará la insaciable publicidad, porque si lo hace, nos enteraríamos que quien está satisfecho con lo que es, no es quién más compra, sino quien disfruta lo que no tiene precio.

Octubre 1 de 2025

 

 

pensamientos de 4 \"LA LETRA CON SANGRE\"

  1. Es necesario escribir sobre esas memorias, ayudan a caracterizar la sociedad. Ve, y cómo se llamaba ese profesorcito de m… Qué clase de arribista e hp era. Mejor dicho, no era profesor

  2. “ Definitivamente hay profesores que nos dejan un legado, pero igual hay quienes pasan sin pena ni gloria , solo pensando en cómo llenar su estómago .
    Gran recuerdo de esos dos maestros , Lucas y Fabio y si , dejaron en sus alumnos un gran legado de verdad “

Responder a Hector Cancelar respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *