La letra con sangre

no entra

 

Aprendiendo a desaprender

 

Durante el bachillerato sobresalí por mi anonimato absoluto. En el colegio (también oficial) no estimulaban la competencia por poseer el mejor promedio como me sucedió en la escuela primaria. No había medallas ni aplausos ni filas en los salones para nerds o relajados. Allí, adolescentes de ambos sexos, no éramos personas, pa’qué si un número en la lista nos identificaba. Y el miedo era monstruoso cuando de perder una materia se trataba. Los distantes docentes no tuvieron palabras solidarias ante la angustia existencial de sus estudiantes, ignorando la preguntadera permanente de una edad donde nada de la existencia entendíamos. No iban más allá del texto, de la calificación, de la lección, de la previa, o del examen final. Estando en sexto grado (el equivalente a once actualmente) me salí del cuadrito al formular un cuestionamiento en Química. “Profe, ¿para qué me sirve la estructura del Benceno?”. Mi novatada requería respuesta, pero para la docente fue un insulto porque no tenía explicación a esa duda que desnudó su incapacidad de réplica. Perdí el área (dos materias) obligándome a hacer un curso remedial de dos semanas, el cual tenía su ají económico: sino no lo pagaba no podía asistir. Y sólo aprobando esa habilitación podía acceder al diploma de bachiller.

En seis años tengo como referente de Maestro (en esta descripción por primera vez utilizo esta palabra para significar el respeto que le expreso) a Raúl Rojas, quien nos entusiasmó a autodescubrir el pensamiento crítico; la defensa de la inclusión cuando esa palabra (en ese entonces) asustaba; los derechos a que teníamos derecho; la introspección inventándole preguntas a las dudas. Fue en el grado tercero (octavo) que le conocí siendo el Maestro de Religión. Su disruptiva didáctica despedazaba la tradición escolar: sin cuadernos, sin cantaleta, con un discurso cercano a nuestra incertidumbre vivencial, y con su acido humor se presentó a la primera clase con una llave (de esas que sirven para abrir chapas) creando juegos racionales que nos liberaban del enjaulado bostezo, orientando, así, el pensamiento sin adoctrinar. Esa genuina metodología me permitió encontrar en la Filosofía, Poesía, Literatura, Lectura, y Escritura, la justificación de mi vida.  Ese Maestro fue la única persona que en el bachillerato me evalúo sin juzgarme. En su clase nadie perdía porque ganábamos la necesidad de seguir aprendiendo.  Raúl Rojas fue quien me dijo (sin decírmelo) ¡valórate!, al ser uno de los muchos sobrevivientes de los censurables atropellos de quienes creen que la letra a correazos entra.

 

Octubre 1 de 2025

pensamientos de 6 \"LA LETRA CON SANGRE\"

  1. El profesor de nombre Domingo nos obligaba llevar cuaderno de Español riguroso y lo revisaba por sorteo en cada clase y calificaba. El profe Peña, siempre nos cuestionaba sobre lo que rondaba nuestras mentes. Ese grado once fue los más inolvidables. Gracias Héctor por recordar.

  2. “Total , hay quienes dejan huellas en cada uno de nosotros, esos son grandes Maestros ; pero también existen muchos mercaderes del conocimiento y lo más grave es que aún siguen vigentes en nuestra sociedad “
    Gran crónica ,

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