JUNINIANDO

La Carrera Junín

(Muchísimo antes que cerraran la Librería Nueva, o que remodelaran El Astor, o que a un alcalde se le ocurriera pintar – con la plática de todos –  sus fachadas,  o cuando en su cielo en vez de “parce” se escucha “chamo”)

Cuando apenas el día comienza a gatear, los vendedores de flores empiezan a desempacar el optimismo de sus estrechas ventas, en tanto, el estudiante de un colegio militar se  acerca a uno de los diez y seis incómodos módulos, que, además,  llevan una pirámide por techo, los cuales se hallan asentados sobre el Pasaje Peatonal con nombre de batalla: Junín.  La misma que ocurrió un  6 de agosto de 1824,  entre los ejércitos de Simón Bolívar y José de Canterac, en el Perú.

El muchacho con timidez – alejado del sentimiento patriótico –  pide una rosa, la cual,  con exagerada amabilidad, una robusta señora le vende agregándole su comentario como ñapa: “tan lindo, seguro es para a una compañerita que va a convencer”. El muchacho enrojecido ni reclamó los quinientos pesos que le sobraban, la prisa,  y la achantada,  se lo llevaron sin enterarse que se quedó sin parte del pasaje para volver a casa.

Una muchacha, funcionaria de las Empresas Varias – empacada en su uniforme –  recoge los residuos que dejó la noche anterior,  cerquita del hombre pensionado, que sentado en una de las bancas, aplaude, en silencio, su trabajo.

En Junín con La Playa, a esta hora, un vendedor de confites estaciona su vitrina para ganar la competencia del rebusque. Después de las nueve de la mañana todo cambia, porque el Pasaje Peatonal comienza a poblarse de inquilinos.

Sobre la carrera Junín, donde se inventó el verbo “Juniniar”, que es sinónimo de vitriniar,  o de “loliar” – como dicen los más viejos –  enfrente del acceso al Edifico Coltejer, – el cual demoró cuatro años su construcción, siendo inaugurado en 1972, y fue sembrado, precisamente,  en el lugar donde se hallaba El Teatro Junín, sobre el cual giraba la vida social y comercial de la antigua ciudad, desde 1924 hasta 1967, fecha de su demolición –  seis  cabinas telefónicas no permiten la discreción porque quienes se comunican se escuchan entre sí. Su ubicación posibilita,  que de reojo –  quienes hacen las llamadas –  vean la clave que digita una joven que utiliza el cajero electrónico, ubicado diagonal a los teléfonos,  para vaciar en un instante el salario  mínimo que recibe por un mes de máximo esfuerzo.

En ese mismo instante, otra jovencita ofrece a “cinco mil,  la simcard de Tigo”, y, un señor con anteojos en la nuca,  ofrece a “mil pesitos el protector para la cedula”, mientras un discapacitado, desde su silla de rueda, vocifera: “mani, a quinientos, a quinientos el maniiii”.

Más tarde, donde se encuentran la carrera Junín con la avenida la Playa, un hombre con voz aflautada, grita: “la parábola de Pablo” –  no Pablo el que creíste imaginar,  sino,  Pablo, el otro – escrito por un ex alcalde de la ciudad. “A diez mil,  llévese el libro de moda, a diez mil”. Un elegante caballero, con pinta de maestro que acaba de  cobrar, indaga: “¿por qué tan barato?”. El vendedor callejero, le responde.  “Porque aquí no pagamos impuestos, son libritos piratiados”. El hombre arruga su frente y con mirada de puño se retira protestando.

Aparte que no leemos, ahora sí entendés, ¿por qué se cierran las librerías en Medellín?

Un grupo de señoras caminan sin prisa observando las vitrinas que les alimentan su curiosidad. Una, la más joven, que no es tan joven, le dice a la mayor de todas, que tampoco parece una viejita: “qué afán ni que ochocuartos, estamos loliando, entonces, despacio, despacio, vamos caminado”.

Un hombre solitario, sentado en una de las bancas, las saluda. Cerca a él pasa un mochilero de acento remendado, quien observa la vitrina de la Librería Nueva – fundada en 1926 –  Sus gafas,  al estilo Lennon, le permite visualizar,  cuál será su próximo viaje intelectual.

Del Pasaje Comercial Astoria sale una pareja enamorada. Ambos sonríen a carcajadas cuándo la mirada inquisidora de una de las señoras del grupo, no aprueba tanta felicidad juvenil. La envidia, la envidia, pensarás mientras leés, este párrafo.

Besándose, una pareja sin melanina, que forma parte de una excursión de gringos desplatados, interrumpe el paso a quienes ingresan veloces al Centro Comercial Orquídea Plaza, con ganas de gritar,  ¡bingo!, ¡bingo!

Del veterano Astor – fundado en 1930 – salen dos abogados después de  tertuliar por  largo tiempo, mientras consumían las golosinas que allí preparan. En la puerta de esta tradicional repostería, un lotero les ofrece, “la de Medellín”. “Tenés el cuatro veintiocho”. Pregunta el más canoso. “Se la estaba guardando, dotor”. El hombre sonríe mientras una promesa ofrece al vendedor de la suerte, si se la gana.

Un lustrador de calzado brilla la pulcritud de un sesentón – vestido impecablemente –  de cachaco y corbata, quien, sentado en una banca no se queja del abrumador calor.

“¿Qué pasa, esa fila pa´qué es, mami?” Pregunta la niña, que de la mano de su madre, anda. “En Totto, mija, hay promociones, y todo es muy barato”. Cuando me paguen, vendremos a comprarte el morral para el colegio, del año entrante.

Cerquita del acceso al Centro Comercial Unión Plaza, en una mesita modesta,  un señor de rostro anónimo,  ofrece textos escolares. Nacho Lee y la Alegría de Leer,  son los libros más solicitados por quiénes –  alguna vez –  fueron traviesos niños de escuela.

Sobre el ingreso al Pasaje Comercial Boulevard de Junín, un hombre joven vende “ganchos para las sabanas”. Casi nadie le compra, pero él, con terquedad, insiste en convencer a una pareja de jóvenes esposos, que exhibe orgullosa su raquítica mascota.

Treinta y seis palmeras sembradas a un costado del adoquinado, permiten decorar la brisa que por Junín acaricia. Faroles y más faroles las acompañan para seducir al visitante en su recorrido, por esta vía, con historia propia, que se extiende desde la avenida La Playa, pasando por la calle Maracaibo, hasta llegar a la calle Caracas, donde termina. Ahí, pegadita al Parque de Bolívar.

Mientras sus altísimas palmeras – mentiras, te estoy embolatando, dos de ellas son chiquitas, como una de las dos cuadras que trazan este sendero de distensión ciudadana – transforman el adoquín de la prisa en relajada atmosfera caribeña, la que contagia a un viejito flaco, chiquito, con sonrisa caída, y vestido de arriero sin mula  (así,  como cuando vos, o yo, nos ponemos el mejor traje para pagar una deuda)  baila sin gracia alguna, creyendo que con sus pasos de sonsonete – una piernita pa´ quí,  y la otra piernita pa´ llá –  está inventando lo inventado para que alguien le recompense con una moneda, por el sólo hecho de no desbaratarse, motivado por la música tropical que una USB expulsa sin cansancio – como su repetido pa´quí,  y pa´llá – en un desvanecido  parlantico que en su escurrido cuello cuelga.

Cerquita a la calle Caracas se halla la Repostería Versalles – fundada en 1961- con más de medio siglo en el mismo sitio, viendo entrar a intelectuales, jugadores de fútbol, a habitantes, cantantes de tango, y visitantes de la ciudad. Todos entraron y entrarán a degustar sus empanadas, hechas  con la nostalgia del bandoneón y de su tierra, que don Leonardo Nieto – su propietario – las hizo tan famosas  como Jorge Luis Borges, uno de sus clientes, cuando estuvo por esta esquina del mundo.

Contiguo a Versalles se encuentra el restaurante la Casa China, mezcla inmigrante que nombra a Junín como la tradicional embajada paisa. Eso lo saben quienes ingresan, o salen, del Pasaje Comercial Bancoquia.

Quienes buscan las raíces de sus sentimientos encuentran las puertas abiertas del  Pasaje Comercial “Mi pueblo viejo”. Artesanías, hamacas, molas, sombreros,  y el deseo de recuperar recuerdos, “todo eso se ofrece aquí”, piensa alguien que simplemente pasa, ignorando que El Resbalón, fue el primer nombre de esta magnética carrera.

Desde el “Balcón del Parque” se degusta el almuerzo, la conversación,  o un beso. La cerveza fría estimula la observación cuando se está, en un segundo piso, acariciado por el  viento de una tarde soleada.

También,  algunos de los diez y seis módulos,  exhiben la capacidad de  quienes tienen limitaciones para su movilidad,  porque desde su apretado interior, la lotería o el chance, vuelven independiente a quienes creemos dependiente por su condición física, como es el caso de Kevin, un muchacho, que desde su silla de ruedas, vende a doscientos pesos cada minuto por celular.

Un indigente que lleva una rota cobija por bufanda y una caja por casa, tropieza con uno de los adoquines levantados.  La punta de su tenis – desvanecido como él – explota en un hijueputazo sonoro. Su dedo gordo,  del pie sin dirección, después del tramacazo enrojeció su dolor,  en esa cárcel sin suela, abandonado, olvidado… ¡y sin huellas!

Esta carrera con nombre de guerra, parecía una batalla después de la protesta, que hicieron los venteros callejeros, para evitar que los funcionarios del Espacio Público no los desalojaran de las aceras del centro. Vitrinas rotas, vidrios regados, bancos y centros comerciales cerrados, y los transeúntes atemorizados.

A pesar de las cicatrices y transformaciones físicas que ha vivenciado la carrera Junín,  ha visto caminar las vidas de muchas vidas, que respiran tranquilidad, alegría, abrazo, y conversación, cuando se transpira amistad. Para la historia de esas vidas, Junín siempre olerá a pausa cuando se quiere huir del afán rutinario.

pensamientos de 8 \"JUNINIANDO\"

  1. Otro texto con olor a recuerdo de antaño.
    Un recorrido mental por Patio Bonito , el Coltejer, La librería Nueva, El Astor y de pronto hacer un pare nocturno en uno de los sitios prohibidos para menores de edad, donde la cerveza sabe a gloria y más si se cuenta con una buena compañía como otrora los de la U, jóvenes con sueños represados por la pobreza , la falta de dinero y las oportunidades.
    Gracias por refrescarme la memoria.

    1. Horacio, en ese breve comentario hiciste una crónica, mucho mejor que la que escribí. Gracias, mi hermano, por ser fiel lector de Así huele Medellín. Y, en la próxima te espero.

  2. “ En está crónica , con gran maestría nos transporta el profesor Barrientos a nuestras historias vividas , por esa siempre recordada carrera Junín. Ccmo olvidar esos turrones de chocolate del Astor, o esas famosas empanadas Argentinas de “ Versalles “, y ese olor a nostalgia que nos llega de todos los pasajes comerciales en mención…. Me sentí caminando sin un peso ( como otrora ), por mi medellin del alma , el medellin que aún sueña con la esperanza de rescatar el tintico con dos cubos de azúcar “.
    Esperamos la próxima ….
    Fuerte abrazo para todos,
    RDV

    1. Rubencho, tu claridad conceptual me permiten aseverar – en este momento – que estamos «Juniniando», como otrora, buscando la esencia era esa utopia, que aún existe en nuestra cosmología. Un abrazo, mi amigo, y en la próxima te espero.

  3. A pesar de ser espacio público, Junín fue en una época territorio exclusivo para gentes privilegiadas o «de bien» que llaman. La crema de la sociedad volvió a esta carrera una pasarela en la cual desfilaban su opulencia y sus rancias ideas clasistas y racistas.
    Hoy en Junín convergen todo tipo de ciudadanos ya cómo transeúntes, ya como comerciantes, ya como visitantes pasajeros. Pasar por Junín hoy, es percibir un poco el olor a la diversidad.
    Iré pronto a Versalles a comerme una buena empanada, antes de que declaren el negocio como ilegal.

  4. Me alegra mucho, mi querido Héctor, que hagás memoria y actualidad de la ciudad. No sabía de tus dotes de cronista. Va mi felicitación por tu interés en la urbe y sus circunstancias. Un abrazo y mis felicitaciones.

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