EL PAPÁ DEL PAPÁ

(Qué salga pues, este tapabocas con el color de los tenis)

Hasta allí llegan con su intención dibujada cada vez que cruzan la puerta: ya sea, en el parque del barrio, en el pequeño local, de viviendas apeñuscadas, o en la amplitud luminosa, del otro local, con millonaria inversión del glamour importado.

Caliche, el gordito de barriga abuñuelada – como le dicen todos los sábados después del picadito callejero – el mismo que lleva años intentándolo, el mismo que ha pagado la mensualidad un montón veces, pero sólo ha entrado un par de veces durante este largo recomenzar, para renovar su promesa.

Frank, quien transpira su lamento en silencio porque el sueldo se le desvanece en la ropa de fatiga, que compra y compra, para estar aquí – puntual – en compañía de su toallita infaltable y el tarrito con agua delatora, la misma que disuelve la costosa proteína que aumenta su volumen muscular.

Pedro, quien siempre lleva puesta la camiseta de Pintuco, la que le regalaron cuando compró el esmalte para decorar sus muebles. El hombre llega sin saludar y se va sin despedirse, indiferente a todos, y a todo, e incluso, ni se entera que la sudadera del colegio, de su hijo mayor, la misma que tomó de afán al salir de casa, se le descoció por donde se hace el mayor esfuerzo. Ni siquiera lo distrae de su soledad, el ¡aaagggrrr!, emitido por quien se excede al levantar un peso superior a su capacidad atlética.

La parejita que hace de su ritual diario – de quema de calorías – una declaración de amor fotocopiado, porque todo lo hacen – en intensidad y dificultad – ¡igualitico! Ni siquiera Mary, quien se pavonea con sus generosas curvas abultadas, mientras roba con su sensualidad la atención de hombres y mujeres, no provoca admiración en Fidel, ni envidia en Raquel: ambos recién estrenan – mientras entrenan – su romance de Lunas sin fisuras.

Cada uno de los habituales usuarios es tan diferente que sólo los uniforma ignorar cuál fue el primer gimnasio que funcionó en la ciudad. A través de este escrito sabrán que, en 1953, en un modesto local, de la calle Ayacucho con la carrera Junín – centro del Centro – varios hermanos sumaron su iniciativa para emprender el negocio que los apasionaba: Gimnasio Hermanos Ramírez, lo bautizaron para promocionar el fisiculturismo, el boxeo y el levantamiento de pesas.

Francisco Luis Ramírez Ramírez, el papá del papá, un hombre visionario – alto y cuajo, con musculatura tatuada por el fisiculturismo – logró ser, con su disciplina deportiva, Señor Colombia, por allá, en 1959.

Como suele ocurrir en una ciudad gris, como la Medellín de 1953, consideraban las voces conservadoras de “afeminado”, a quien exhibiera su cuerpo varonil rasurado, en pantaloneta, o con trajes ceñidos, porque lo que requería la moral de homilía era perpetuar al macho macho, con pelo en el pecho, adornando su hombría.

A Francisco Luis ningún comentario le desanimó. Se preparó, y construyó con su motivación, los equipos para la micro empresa familiar: utilizó adobes, cemento y hierro, y, hasta en el profesor – en el local recién inaugurado – de tres alumnos se convirtió. Y fue, a partir de esta experiencia, que consiguió lo que muchos no saben: sus estudiantes, y los hijos de sus estudiantes, y los nietos de los hijos de sus estudiantes, fueron los fundadores de muchos de los gimnasios que existen en Medellín, inclusive, vos que leés esta crónica, quizás visitás su olor a determinación personal.

El negocio creció tanto que el local quedó pequeño para la demanda de usuarios, su traslado fue inminente para la Avenida La Playa con la carrera Córdoba – enseguida del Palacio de Bellas Artes – en un espacioso ambiente. En la fachada del edificio de dos pisos se leía el nuevo anuncio publicitario; Gimnasio Universal, donde permanecía Francisco Luis – sin sus hermanos, pero acompañado de sus hijos – vestido de riguroso blanco, a la espera de sus clientes, a pesar de sus ochenta y tantos años. Allí permaneció hasta que su corazón se apagó.

Cecilia, la trocita que decidió, que éste año si! le pregunta al profe del GYM, de un cachezudo centro comercial, donde se atrevió a insistir por segunda vez:

– “¿Y, ahora, que hago?”.
– “Cerrar la boca”. Le responde Mary, mientras el tutor apenado repasa con su
mirada la impertinencia de la muchacha.
– “Si comiera menos”, pensó el instructor – disimuladamente – dirigiendo la
mirada hacia John, otro perpetuo visitante, quien, desde la caminadora, se
sacaba otra selfi frotándole gomina a su ausente cabello.

Febrero 7 de 2021

pensamientos de 10 \"EL PAPÁ DEL PAPÁ\"

  1. Suuuper nos divertimos mucho leyéndolo… John conoció los gym y a los hermanos Ramírez, su hermano Alfonso Alzate fue fisicoculturista de allí mucho tiempo y luego obtuvo el premio en San Andrés Islas, de Señor San Andrés fisiculturismo. Gracias por entretenernos un buen rato.

  2. ….En esa Medellin de entonces , todos alguna vez , nos llamamos Carlitos ( El de barriga abuñuelada ), mi querido profesor Barrientos….Y como El , en ese libro contable , debe de estar guardada esa mensualidad , que nunca aprovechamos👌🏼Que gran recuerdo nos trae este gimnasio a la mayoría de los paisas… Gran crónica Profesor.

  3. Muchos no fuimos ni somos y quién sabe si seremos de gimnasio,pero si pasamos por allí ,máxime que era sitio obligado para ir a la U, que quedaba un poco más arriba.
    Dimos la mirada como con ganas,pero al ver aquellos cuerpos nos ganaba el desánimo y seguíamos con la duda y el pensamiento de cuánto tiempo hay que dedicar para eso y si en realidad vale la pena.
    En ese tiempo no era tan importante como lo puede ser ahora,incluso por salud y calidad de vida.
    Pero yo sigo caminando la ciudad y viendo a los otros y otras en esos lugares que ya vimos ,pero no entramos.
    Gracias maestro.

  4. ¿Me imajino que cuando dices: ciudad «gris,» te referías a lo retrasados en cuanto a respeto de estilos en la misma?
    … buena cultura general para alimentar mi vocablo sencillo. Ya ni la rodadura me podré dar porque ya sabes que el universal cerró en la playa.

  5. Y que no falte como siempre: la cultura general de algo desconocido como la historia del gimnasio. Y bueno, pues no soy ninguno de los personajes por flaquito pero no excepto no no hacer deporte. Buenísimo relato. Gracias por hacerme parte del círculo lector de las crónicas.

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