Una libra
de “obispo”
Cuando la plaza de Botero ni en la imaginación existía; cuando el pico y placa ni se conocía; cuando los buses de Belén por la peatonal pasaban; cuando algunas del millón quinientas ochenta y tres almas (que vivíamos aquí) hacíamos cola para almorzar en la Estancia; cuando (como ahora) por acá atracaban, pero a nadie escopolaminaban; cuando en 1983, quienes el mínimo ganaban ($9.261) como hoy, con carencias se alimentaban; cuando la industria textil (y no el comercio chino) movía la ciudad; cuando conversábamos sin wifi; cuando esos cuandos existían en la Avenida de Greiff con Carabobo, ahí, doblando la cuadra de La Sorpresa (la salsamentaría donde mecatiar era cachesudo porque ese pan negro, esos buñuelos que parecían balones – callá esos ojos Héctor, porque me derrito de las ganas – dirán quienes allí parcharon sus antojos) y frente al Miguel de Aguinaga (el edifico donde funcionaba EPM) en el centro del Centro; sin falta, después de las cinco de la tarde, tres robustas señoras, sentadas en plena acera con grandes ollas entre las piernas, ofrecieron durante años la morcilla más sabrosa de Medellín. El sonido producido al tapar o destapar las ollas, era su caja registradora. En el delantal de estrambótico bolsillo, amarrado en las redondas cinturas de las damas, los billetes guardaban. Dentro de las ollas las tripas (gruesas mangueras embutidas de arroz, sangre, y sazón) que a los clientes empacaban en un barato papel, el mismo que el colesterol tatuaba. A media noche, con la lengua encalambrada, los borrachitos sus farras allí terminaban, noqueando la rasca con abundantes porciones de “obispo o rellena”. En la madrugada, las ollas desocupadas quedaban. Un día las corpulentas mujeres no volvieron porque a la zona el deterioró llegó, y los habituales comensales se despidieron sin decirles adiós. Fue el fin de instantes que no regresaron, cuando la morcilla callejera sabía a felicidad, sin que ningún influencer (como en la actualidad) nombrara a las matronas que, desde su barrio, por la puerta de atrás subían al bus que hasta esa esquina les transportaban. Estas damas no sé sí aún vivirán, pero con estas humildes letras quiero subrayar la valentía de retar noctámbulos peligros, de nuestra alocada capital, pues a sus hijos debían alimentar. Y, para no olvidar lo que la historia nunca recordará, imagínate siendo protagonista de esta cita gastronómica, en el agitado centro del Centro, dónde ocurre lo que el cuento oficial jamás contará, porque sólo cuenta que se debe maquillar tanta inequidad barrial.
Agosto 6 de 2025
“ Excelente crónica referente de esas mujeres luchadoras y anónimas que saciaron con su sazón a muchos de nosotros y que nosotros muchas veces ni las recordamos … Pero de verdad , que ese sabor en nuestro paladar siempre será recordado profesor Barrientos “
Rubencho. Gracias por pemanecer. Te espero en la siguiente.
Muchos fuimos comensales de ese lugar y de esas viandas en una época donde se podía estar por allí.
Horacio. Gracias por permanecer. Te espero en la siguiente.
Se me hace agua la boca. Una arepa y un pedazo de obispo y listo.
Fercho. Gracias por estar aquí. La siguiente también la degustarás.
Muy chévere tu nota sobre esas morcilleras, sobre Tejelo y aquel lugar emblemático de la ciudad. Cuántas veces estuvimos ahí, tras una farra, después de una noche de conversas y guaros. Es interesante escribir sobre esos testimonios, son parte de nuestra historia, de un tiempo que no volverá. Saludos.
Gracias Reinaldo por leer y comentar esta crónica. Gracias por estar aquí presente.