Norley Alfonso Londoño

¡Imborrable!

 

En sus cuadernos escribió el guión de su edad. En el Liceo regó sus gambetas para ser arquitecto de goles y celebraciones en el torneo interclases.  Su lenguaje de colorido optimismo se adhirió a su alma espontanea para fabricar acrobacias con sus pies y chistes flojos con su inteligencia. Durante once años convivió con la paciencia de esperar ese día, el día de su grado: su diploma de bachiller fue su obsesión hasta ese 1 de diciembre de 1997. Y, ese día (precisamente, ese día) resumió madrugadas y trasnochos por llegar a la fecha donde recibiría el certificado que inundarían sus ojos por haber terminado la escuela secundaria.

A sus compañeros de aula abrazaba y volvía a abrazar. “¿Otra vez?, cansón”, le decían, pero a él no le importó que, durante las seis horas (de su jornada diaria) exprimiera su corazón de tanto regalarlo. Su voz, en clase, fue un carnaval permanente que contagió al salón de Ciencias Humanas. Desde el último pupitre, de la tercera fila, espantaba el tedio de la rutina escolar.

Él quería graduarse para comenzar a aportar a la precaria economía familiar, por eso, en la foto de grado, vestido con toga y birrete azul, (en el auditorio de ADIDA) imaginaba su felicidad amarrada al anillo de grado, que con muchísimo esfuerzo, le regaló su mamá; motivo que lo empujó a posarle al fotógrafo en la festiva celebración, exhibiéndole.  Norley Alfonso ocupó el espacio de 11C, y, en esa aula del Liceo Benjamín Herrera, decretó la solidaridad como esencia de su adolescente respirar, liderando así, la integración de ese grupo de muchach@s enérgicos, despreocupados, y con toda una vida por explorar.

Esa imborrable madrugada, del martes 2 de diciembre de 1997, cuando la ciudad dormía, sus compañeros (que instantes antes habían salido de una discoteca donde se gozaron la graduación) vieron impotentes como un bus atropellaba a su amigo, al mamador de gallo, al mismo que con su sonrisa todo solucionaba. Esa escena les tatúa cuando recuerdan a quien les recuerda, que no hay que ahorrar ningún te quiero cuando el alma suspira.

Aunque ausente, Norley Alfonso Londoño siempre será integrante del Liceo Benjamín Herrera, del barrio Antioquia: “mi Liceo”, solía decir, liberando sus carcajadas mientras salía sin prisa hacia su casa, después que el timbre sonara.

Marzo de 1998

 

 

 

pensamientos de 18 \"Norley Alfonso Londoño\"

  1. Ay!! Dios mio!! Que triste historia, todo pasa y todo queda en nuestra memoria, el no ha muerto esta presente en el corazón de quienes lo conocieron ,solo muere aquel a quien olvidan.

  2. Triste historia. A esa edad, no se piensa en la muerte. Se siente la juventud plena, pues casi se podría decir que la enfermedad está ausente, se vive y se goza el presente, con muchos planes para el futuro. Da mucha lástima el incidente.

  3. Son las historias que nos ponen a reflexionar sobre la vida y que debemos priorizar, no debemos vivir con miedos, pero si consiente de que el futuro es incierto y que la vida se debe vivir al máximo cada día. “No dejes para mañana lo que puedes hacer hoy”.

  4. “ Es un homenaje muy oportuno para los miles de Norley Alfonsos , que tatúan su paso en el corazón de los que siempre añoraron abrazar , pero que por circunstancias ajenas a su voluntad , se nos adelantaron en el camino , cuando menos se esperaba . Sentida crónica profesor Barrientos “

  5. “ Lindo y oportuno homenaje a tantos Norley Alfonso que viven en el anonimato y que por circunstancias del destino se nos adelantaron en el camino profesor Barrientos. Desde luego que solo se muere cuando se olvida , y por lo sentida de la crónica Norley aún está vivo en la memoria de quienes tuvieron el privilegio de compartir con el un abrazo “

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