“Las migas pal desayuno”

La arepa de la abuela

(Aunque con tapa bocas, difícil difícil)

Aunque muy pocos en la actualidad sabrán de qué se trata, en las reuniones familiares, las tías soportables, no pierden ocasión para evocar su moqueadera. La muchachada de hoy, que no conocieron este apetecible menú, consume otro tipo de recetas aderezadas.

Así lo narra la tía que no duda en convertir en su religión la repetida frase, “todo pasado fue mejor”. Para ellas, la tía y la frase, toda la ansiedad crecía antes que los granos en el fogón se ablandaran.  Don Joaco, el veterano patriarca, que como ebanista que se ganó la vida, se levantaba a espiar las volteretas que daban esos granos en la enorme olla que la abuela, hacia horas, había anclado sobre el calor de la leña, cerquita al taller, que el hombre abrió recién casado con Maruja, en el solar que encogía la casa.

En esa atmósfera de sanar muebles rotos, la pareja crío a sus ocho crías, en el barrio que olía a vecindad solidaria, a juegos sin manual de uso, a disfrute sin fecha de vencimiento, a natillada en septiembre, a ropa recién llovida que los charquitos estancados, en la calle sin asfalto, secaba a la chiquillada, entre brinquito y brinquito.  Permanecer en vacaciones, durante todo el año, era la norma festiva cuando un aguacero era el wifi que no incomunicaba la sonrisa de una Medellín, muy humana, porque el internet era utopía.

Todos se despertaban esperando saborear – y, repetir, cuando se podía – las migas que preparaba ella, la matrona de la cocina, que con sus trocitos de arepa preparaba el desayuno, que nadie se perdía: trocitos que trituraba con sus maternales dedos, de dama imprescindible:  cebolla, tomate, y mucho corazón, era el condimento para derretir todo su amor en su tempranero amanecer.

Granos de maíz que había que moler, después de ser cocinados por horas, en extenuantes jornadas sin rencor; tarea que hacía, sin queja alguna, don Joaco, para después ser amasada por las mágicas manos de Maruja, aplanando con las palmas – sin delatar el secreto de su método culinario – esa masa con la que creaba su circular obra: gruesa o delgada, con quesito o mantequilla, blanca o amarilla.  A la arepa más delgada le llamaba tela, por la flacura como la diseñaba.

Con su impecable delantal servía – en riguroso orden –   a los comensales, no por la edad que tuviesen, sino por el tamaño de su generosidad. Don Joaco era el primero en degustar el resultado gastronómico, acompañado de una taza de espeso chocolate, y una tajada de quesito.

Esas migas de arepa, de maíz; la nativa planta de cereal, de largo tallo, que puede crecer hasta los dos metros, de hojas largas, con flores masculinas, en forma de hebras, y femeninas, con hilillos dorados en la punta, que cuando maduran dan procrean a las mazorcas que contienen los granos que se vuelven en un exquisito desayuno.  Hasta Colón dijo, wow, ¡que putería!, al verla  ese 12 de octubre de 1492, cuando llegó a sepultar la historia que los nativos habían construido, incluyendo, el cultivo de dicha mata, en Centroamérica, diez mil años antes, de tan indeseable visita, porque la llegada de Cristóbal Colón – con sus destructores acompañantes –   acabó con todo lo que oliera a vida en los asentamientos del continente, creyendo –  no el invasor sino los nativos –  que el maíz era un regalo de los dioses. Toda su fe también fue violentamente borrada con su llegada.

La palabra arepa era fue referenciada por Galeotto Cei en su crónica “Viaje y descripción de las indias” (1539 – 1553), al describir el procedimiento de su elaboración, muy similar al de la abuela Maruja. El escritor contó que cocinaban un pan de maíz al que le untaban grasa para que no se pegara en la tortera, llamándole “areppas”, algunas etnias, al enterarse, que otras comunidades, le decían “erepa” al maíz.

En todo caso, “las migas pal desayuno”, pueden provenir de la arepa de mote, de chócolo, de maíz pilado, de la arepa bola, de la arepa desmechada, o de la arepa de arriero; dice Julia, la tía hipérbole que, siendo la hija mayor de los finados viejos, no falla con su sentimental evocación, en cada encuentro familiar, con olor a cualquier pretexto.

  • Y, ésta, en vez de estar lagrimeando, ¿por qué no se emberraca a hacerlas como la abuela? Pregunta Kiko, el sobrino mayor, a Charlie, su hermano menor.

 

  • Pues, porque las mujeres salieron de la cocina para irse a estudiar. Responde – como masticando migas – el muchacho.

 

  • Andá, mejor, a la tienda y traéte cualquier guevonada, pa’ embolatar el hambre. En todo caso no traigás arepas. Responde, el más grande, como dictador estrenando rejo, mientras envía memes, en su chat, sin levantar la mirada.

Enero 8 de 2021

pensamientos de 8 \"LAS MIGAS PAL DESAYUNO\"

  1. » Las migas de arepa jamás pasarán de moda en nuestras familias ; esta crónica profesor , me recuerda la infancia , cuando con ese sabroso plato nos enviaban pa’ la escuela y aguantábamos hasta el almuerzo , porque no había para más ; pero en cualquier caso jamás , pero jamás la cambiaría , por esas loncheras dietéticas que los papás le empacan a sus niños hoy por hoy , porque, como un niño de 8 añitos se va a pasar de calorías ????? Joder….. excelente crónica profesor ,y no sigo , porque se me está quemando el chocolate «

  2. Excelentes todos tus escritos etor otavio… Mentiras, más respeto Profesor Héctor Barrientos.. Me encanta evocar mi niñez, que a pesar de la pobreza en que viviamos, eramos ricos, mejor dicho, millonarios ya que estabamos siempre juntos en la mesa compartiendo esas migas pal desayuno.

  3. Recuerdos y más recuerdos,esto es lo que hace evocar mi gran amigo Héctor en cada crónica y en esta en especial,pues mi madre no solo hizo las arepas para sus 15 hijos,sino que ayudó a mi padre en lo económico al hacerlas para una pequeña tienda,cuasi incipiente que tuvimos en las laderas de Medellín,barrio Manrique»Esl Pomar»,donde nacimos muchos y nos criamos pocos,para contarlos con los dedos de las manos.

  4. Una tradición que permanece pero que a la vez se desaparece debido a nuevos hábitos. Yo, quiero mi arepa por rica y deliciosa, de antaño… y bueno, como siempre; algo de historia que no sabía sobre su origen. Gracias.

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