LA CASA DE DON JOAQUÍN

El jardín Botánico

(Mucho después que a un alcalde de la ciudad, se le ocurrió decir que había que cerrarlo, porque no alcanzaba el presupuesto para su mantenimiento)

Entre El Jardín Botánico y El Parque Explora, al Nororiente de la ciudad,  se encuentran quienes no conocen el interior de estos espacios de aprendizaje y recreación.

A pesar de permanecer tan cerca todo el día, y todos los días del año, no  tienen tiempo para que les sobre el tiempo que necesitan para divertirse y aprender. Son los llamados trabajadores informales que en su rebusque diario venden crispetas, las mismas  que explotan mientras se fríen con su inconfundible  ¡praj!, ¡praj!, ¡praj!, sonando como cuando cae la desesperanza. También venden mango biche con sal, los mismos que destiemplan los dientes, ofrecen chunchurria, ese trocito de víscera animal que obstruye las venas pero que sabe a navidad, o papitas fritas, las que sirven para parar cualquier melodía que produzca el corazón, venden patacones con sabor a Caribe, cremas de coco y borojó para multiplicar la paridera, bolis efervescentes, Bon Ice de todos los colores, churros enmielados con comas diabéticos,  al igual que en los toldos,  que estacionados sobre la carrera Carabobo,  exhiben, también,  la amabilidad de hombres y mujeres  que anuncian sus artesanías con voz cálida, ”bienvenido, bien pueda, sin ningún compromiso”. Todos  venden su necesidad económica para que los usuarios, de esta ruta, compren la esperanza de llevar a sus casas la sopa que dará energía a sus familias,  para seguir soñando, con que un día podrán conocer lo que otros ya conocen.

Así lo imagina el señor con olor a siembra, quién con sus globos de jabón – los cuales tienen vida efímera como el dinero que lleva a casa para que su esposa y tres hijos sobrevivan –  trata de convencer a los niños visitantes,  que la felicidad existe a través de esta ilusión infantil, mientras observa con incertidumbre – porque no la entiende –  a la escultura en forma de Totem – en concreto negro fundida – hecha por el maestro Manuel Hernández, quien la  llamó “Homenaje al signo”.

Lo que no observa, el señor con olor a siembra, es que en la parte superior de la escultura una avispa teje su casa, quizás,  la que él nunca tendrá.

Sentados en una larga banca de concreto, un hijo y su padre  mastican con felicidad gastronómica un buñuelo. La sombra de un gran árbol y el viento que les acaricia sus rostros, permiten que digieran con placer este suculento mecato.

La quebrada que delimita el exterior del Jardín Botánico, y un bosquecito de bambú, sembrado en una de sus esquinas, tornan húmedo el ambiente en este trocito de verde.

En este respiradero de la ciudad conviven, sin regatear su tranquilidad, las enérgicas ardillas, los bullosos pájaros, las garbosas orquídeas, las flores chiquitas, los árboles grandes, el lago espejo donde se maquillan las aves, las hojas con perfume en su piel, el abundante oxígeno, la fotosíntesis diaria, la mirada del aire, los peces alimentados por la voces chillonas de muchachitos chillones, los poros del sol, La Ceiba petandra – el árbol sagrado de los Mayas – cuyo tronco al abrazarle da tranquilidad en el alma, los bambús paraguas, las guaduas practicantes del yoga, el tango de un sinsonte, las ramas aeropuerto de muchísimas  plumas, los corozos veraniegos, las matas exóticas que enamoran grillos, las mariposas seductoras de maríapalitos, los hormigueros que rascan, las persuasivas telarañas del almuerzo, las iguanas posando para la sielfie, las tortugas en reversa, los patos chicaneros,  los besos robados de tímidos labios, los abrazos de ciento ochenta grados, las flores arcoíris, los árboles altos, más flores coloridas, más árboles pero no tan gordos,  los troncos gruesos, las hojas recién nacidas, otros troncos en tratamiento, las hojas sobre el suelo porque ya se fueron, los lectores que aprenden sin la hierba, la hierba que soporta el corretear de los niños con voz chillona y las piedras de todos los tamaños.

¡ufff!,  permítime hacer un pare para aspirar aire limpio, aprovechá – también vos –  para ir a la nevera, tomás juguito, y continúas leyendo: el romántico sueño del desparchado sobre la húmeda manga, el sendero prefabricado para meterte en una ilusión selvática, el cucarrón de espaldas esperando que vos seas, como mínimo, de la cruz blanca, el ronroneo del gato auto exilado, el vagón sin carrilera que te lleva a su estación gastronómica, el vivero, sí, la salacuna de las maticas que mamá comprará, las abejas que gatean sobre las cáscaras de un banano,  las abuelas que sirven el fiambre a los nietos de la conchudez, la universitaria que tiene su corazón ecológico mientras toma fotos a un abejorro machista, el parcero de la  cuadra siguiente ve una culebrita deslizarse, por entre las piedras del lago, mientras la compara con la culebra que tiene en la tienda de su esquina; los libros que se exhiben en la Fiesta anual del libro y la cultura, la Feria de las Flores y sus eventos enfarrados, un concierto, otro concierto, una conferencia que no habla de expulsión, el Mercado Ambiental – el cual consiste en transformar este lugar – una vez al mes, en degustación de alimentos de las veredas antioqueñas,  elaborados sin químico alguno, la  cocina artesanal,  como dice la tía que invita a su sobrino, a dejar de tomar, esa carajada llamada Coca – Cola.

Cuando se ingresa se debe recordar que las vacaciones comienzan aquí. Catorce hectáreas de aire verde entre tanta aridez de la ciudad.

En el Orquideorama, que es el sitio que alberga a las orquídeas, se halla Nando, un “pelao pilo”, por lo menos, eso dice su mamá, una matrona que siempre ha habitado uno de los barrios vecinos como es Aranjuez.  Él, es el Personero Escolar de un colegio oficial, quién interroga a su maestro, quién, a su vez,  hoy decidió que la clase estuviera fuera de los muros de siempre.

“Profe,   y, ¿cuándo  lo fundaron?

El docente, con pinta de ambientalista – ¿saben por qué? – le responde al grupo.

”Muchachos, el 19 de abril de 1972,  se inauguró como Jardín Botánico. Pero… en el siglo diez y nueve,  aquí,  sólo existía la Casa de Baños el Edén, el cual era un restaurante familiar, como los estaderos de hoy en día. Cuando Colombia iba a celebrar el primer centenario de su emancipación  de España – financiada con los prestamos que dio Inglaterra al país para seguir atados a alguien – el gobierno lo llamó “Bosque Centenario de la Independencia”. Después fue llamado El Bosque. Con este nombre duró alrededor de medio siglo, al igual que sus instalaciones tradicionales, como el  lago que ahora verán, ¡claro!,  qué,  en ese tiempo,  se navegaba –  sobre su quietud – por diversión,  en canoas de remos. También existían paseos en burros, ahora existe un tractor adaptado como trencito para desplazar la fantasía de niños y adultos por una asfaltada vía circular,  ¡ah!… recuerden que estos árboles grandes y gruesos, que ven,  ya existían.

El nombre del Jardín Botánico, Joaquín Antonio Uribe, se da en el año 1972. Para ese entonces,  se ampliaron sus instalaciones y se construyó el Orquideorama, se amplió la cantidad de especies vegetales, se hizo un auditorio, la biblioteca especializada en temas de botánica, se construyó el museo y la zona de comidas.

En el año 2007 se modernizó, tal cual lo ven en este instante”

El Personero Escolar, asintió con gratitud la respuesta de su maestro.

“Sigamos el recorrido con calma y en filita”, propuso el maestro con pinta ambientalista – apuesto que todavía no han acertado lo del sello que identifica al maestro –

Una de las estudiantes, la más alta, a quién el fastifasti del grupo molesta diciéndole palmera, le pregunta antes de retomar el recorrido. ”Profe,  ¿y quién fue don Joaquín?

El maestro sin dudarlo, responde “Don Joaquín Antonio Uribe fue un educador, naturalista, botánico y escritor, que nació en Sonsón – al oriente de Antioquia –  en 1858 y murió en Medellín en 1935”

El cansón – como en todo grupo –  un muchacho díscolo, amante de las más inéditas travesuras, exclamó con tono mentolado, interrumpiendo a su maestro. “Esto, aquí, me huele a documental de la National  Geographic”.

Ignorando la pesadez del muchacho activaron su nariz  para comprobar lo que les insinúo el loquillo del salón – que tanto les desespera –  que,  aquí de estrés,  nadie se va a morir.

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