Él es el más viejo de aquí

La Ceiba de la Playa: el tatatarabuelo de Medellín

Cuando Medellín no era Medellín sino La Nueva Villa de Nuestra Señora de la Candelaria – bautizada por decreto desde España por los españoles que se creían la penúltima galleta del paquete – aunque nunca lo fueron – quienes trataron a los aborígenes de estas montañas como si fuesen piedras, dizque porque no tenían sentimientos ni alma. Esos mismos españoles –  de segunda – impusieron con violencia sus creencias para borrar las nuestras.

Y todo sucedió: cuando los pobre pobres –  del pequeño poblado –  tenían pesadillas en vez de sueños dentro de  sus precarias casitas de tapia – de boñiga pisada – cuando los ricos ricos se tomaban la sopa con la cuchara que habían traído desde Europa, cuando la ciudad era otra y no tenía Nike porque caminaba descalza, cuando la calle del Resbalón era la actual carrera Junín, cuando no había afán por terminar el día para que naciera el otro – como en este instante –  donde más de dos millones quinientas mil almas se atropellan con su desespero, cuando la luz eléctrica era una vela y cuando el Metro era un centímetro; aparecen decretos gubernamentales – no como las autoridades de hoy que obligan desforestar para cultivar cemento – que les exigían a las personas, de entonces, compensar el daño hecho al mundo natural, como es el caso del constructor de vías, comerciante de sal y ganadero,  Gabriel Echeverri Escobar, quien entre  1855 y 1860, trajo desde el cañón del rio Cauca, por los lados del municipio de Mármato (Caldas),  Ceibas (Pentandras) para sembrarlas a la derecha de la quebrada Santa Elena, la misma que nace en el corregimiento –  del centroriente de la ciudad –  que lleva su nombre, la misma que fue cubierta por el asfalto que alimenta la contaminación que dejan las llantas.

Allí, en la Avenida La Playa –  entre la Avenida Jorge Eliecer Gaitán –  pero conocida por el pueblo pueblo, como la Oriental –  y la carrera El Palo, sobre un renovado separador y protegido por una ovalada jardinera, se halla la única Ceiba sobreviviente de aquella siembra del siglo diecinueve. Alto y musculoso, también sirve de vivienda a los citadinos loros que gritan su alegría con su «¡craaa! ¡craaa!» alocado sobre las extendidas y horizontales ramas.

Este árbol creció hasta la altura del octavo piso del edificio Los Búcaros, que queda enfrente. Su tronco tiene un diámetro de más de 3 metros. Gordito, ¿no?

Su madera sirve para hacer balsas por su liviandad. De sus frutos se extrae lo que será – después – el relleno de colchones y almohadas, y jabones. Este tatatarabuelo patrimonial es acariciado por la conversación de dos indigentes, que sentados sobre un cubo de cemento, se interrogan sobre una pequeña placa –  cercana al árbol – que contiene el código QR que invita al ciudadano a informarse sobre esta historia viviente.

 

  • “Ole, ¿para qué será ese cuadrito?”. Le pregunta el menos descachalandrado a su interlocutor, mientras degusta una porción de arepa que se encontró en la ovalada jardinera.
  • “Pues, para jugar en ese laberinto comiendo galletas”.
  • “¡Que chimba!”, contesta la cariada carcajada del otro habitante de lo incierto.

 

Mientras los amigos de la alucinación conversan serenos, inamovibles y con voz regulada, quienes pasan por ahí ni se fijan en la vieja herencia natural, porque su afán de llegar al sitio de siempre, al sitio de sus rutinas, les activa la paranoia al oler el chirrido de las frenadas en la céntrica avenida.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

pensamientos de 6 \"ÉL ES EL MÁS VIEJO DE AQUÍ\"

  1. “ En La Ceiba de la playa , debe de haber mucha memoria de antaño , esa memoria de la cual hoy nos hemos olvidado , justificados en el desarrollo sostenible del que hablan nuestros políticos de hoy ….. Donde la naturaleza pasa a ser un segundo plano , después del frío cemento citadino “.
    Excelente Crónica profesor Barrientos .

  2. Una selva de cemento ,como dice Rubén Blades en su disco, eso me recordó tu crónica de hoy, no es para más, ya que se siembran árboles por encargo y no por necesidad o cultura ambiental.
    No se justifica su tala y se cambian sin tener en cuenta su historia y aunque pongan el código QR , nuestros afanes y el miedo al centro, no nos permite ir más allá de la simple observación y de pronto un comentario rápido.
    Buenas fotos como en todas tus crónicas.

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