Deja de ser,

Para volver a ser

Resistir fue lo único que aprendió porque la ausencia de oportunidades lo obligó a desplazarse de Barranquilla a Medellín para gambetear las carencias, evitando que tantas carencias lo golease. En la calle se graduó y en artista sin paraguas se convirtió: desde hace una década se olvidó de sentir para ser estatua allí, sí, ahí, en la puerta de la farmacia que anestesia la incertidumbre de quienes caminan por la acera de La Playa (cerquita de la avenida Oriental) se instaló. Su cuerpo resiste, su mente aguanta, mientras su rebuscador corazón congela la presión para no mover ni sus pestañas. Al final del día recoge las monedas que otros le arrojaron para seguir sobreviviendo en la apatía urbana. Por muchas horas no es él, hasta que escucha a su hijo preguntar; pa ¿cómo te fue?

Con fiebre o sin ella, Harlinton Arrieta, sin falta, a las nueve, desde Castilla llega para maquillar de color carbón su personaje, borrando así su nombre al transformarse en minero sin socavón. Su ritual mueve en cámara lenta la pica que tortura la inexistente roca cuando alguien echa al tarrito la moneda que será su alimento cuando vuelva a casa.

Como él, otros 449 estoicos artistas (cifras de la alcaldía al momento de escribir esta crónica) renuevan el olor de la contaminación en esperanza con la quietud que nutre sus vidas, para seguir resistiendo a la indolencia encementada – que olfatea con mezquindad – cuando alguien no tiene con qué comprar lo mínimo para seguir creyendo que habrá una próxima oportunidad sin renunciar a su quieta manera de moverse.

Julio 12 de 2023