¡Aquí no hay pena de muerte!

¡Sí! ¿cómo no moñito?

En un día de septiembre de 1902, una bala fue suficiente para borrar a quien esperaba descalzo, sentado, con las manos amarradas y vendados los ojos; a que ocho soldados – en agónicas alpargatas – activaran su puntería para considerarse  difunto. Me refiero a José María Tamayo, el man que envenenó a María Josefa Echavarría (su esposa) el 4 de agosto de 1898, porque le estorbaba en su intención seductora. Hoy diríamos feminicida, en ese entonces era un parricida, y merecía ser fusilado según las normas del naciente siglo XX. La historia (que también es bipolar) cuenta que el tipo fue la última persona fusilada, con bendición incluida, en la capital de Antioquia, ya que en Colombia la pena de muerte se aniquiló en 1910, del Código Penal.  Este trozo de revancha (ojo por ojo) sucedió sobre El Puente de Guayaquil –  el más antiguo de la actual Medellín – el cual fue terminado en 1879 para conectar el otro lado del rio.

Así como lo expresa el título de esta crónica, ¡aquí no hay pena de muerte! ¡sí! ¿cómo no moñito? pues en Colombia, con o sin pandemia (todos creíamos que todo cambiaría porque todos cambiaríamos) se le sigue disparando a la vida. En el 2021 hubo 27 mujeres víctimas de homicidio en la ciudad (dato de la Personería municipal) y al momento de escribir este texto (dato de la Fiscalía regional) 14 damas perecieron en esta capital, durante el 2022, por expresarle ¡basta! a su agresor: bárbaro inventario con Covid de ñapa.  Ante esta salvaje realidad sólo nos queda seguir oliendo la esperanza de creer que algún día seremos racionales como los animales.

Enero 6 de 2023