“ALIVIADITO MIJO, GRACIAS A DIOS, ALIVIADITO”

El Parque de Belén

(Muchísimo antes que otro alcalde ordenara remodelarlo otra vez, sí, otra vez, ¿por qué será? ¡Claro! que vos y yo, sí sabemos el por qué)

 La  alta y flaca palmera observa el verde colchón de  hojas que sirve de sombra a sus pausados inquilinos.

En el rectángulo ubicado entre la calle Treinta  A con la carrera Setenta y Siete,  y  la calle Treinta y Una con la carrera Setenta y Seis, al suroccidente de la ciudad, se ubican  la iglesia Nuestra Señora de Belén – fundada en 1814 –  y la escuela Rosalía Suárez – bautizada, esta última, con el nombre de la humilde madre del ex presidente de Colombia, Marco Fidel Suárez, quién fue echado del puesto, porque jamás le perdonaron,  los senadores de entonces, 1921, ser pobre, como si fuese un delito  – ambas construcciones  prolongan la magia de la historia. Antiquísimas edificaciones de la época, en que el Belén lejano quedaba en otra parte, es decir, al otro lado del río Medellín.

La escuela es patrimonio arquitectónico nacional porque de ser cárcel que encerraba hombres, en el siglo diez y nueve, se transformó en la puerta que libera el pensamiento de los niños que en ella estudian.

La salida de estos chiquillos alborota la tranquilidad veterana que de la calma disfruta. Los pequeños escolares regalan  tiernos abrazos a  sus padres, quienes los reciben después de cumplir con su jornada académica. Es tan fuerte, pero tan fuerte,  esta unión,  que ni sus loncheras se caen al regarse tanta emoción.

Lo que no cubren los árboles de mango lo hacen  tres grandes sombrillas de colores, que  protegen el rebusque diario. En la primera existe una venta de confites, en la segunda a un triciclo transformado en tienda, y en la tercera, habita la muchacha que vende minutos para hablar por celular,  a doscientos pesos.

Mientras los venteros esperan a sus clientes, en una de sus cuatro esquinas juegan ajedrez, un cuarentón padre y su adolescente hijo.

Contiguo a ellos, dos grupos de hombres jubilados por la prisa –  de cinco cada uno –  juegan dominó. Contraste entre la ciencia, de uno de los juegos, y el alboroto del otro, cuando las fichas caen a la mesa de cemento, que les sirve de pretexto para “matar” el tiempo, como lo afirma don Julián, un octagenario pensionado de una empresa textilera, que la economía sin escrúpulos,  también pensionó, quién, aquí, en el Parque, no le teme a la soledad de su soledad.

Cerca de ellos, otro grupo de adultos sin prisa,  juegan cartas sobre el mobiliario de concreto. Como “las Vegas criolla”, se conoce la actividad de estos paréntesis del tiempo, quienes esperan pacientemente, que don Aldemar les alquile las sombrillas y las cartas para comenzar su diversión.

Desde profesionales hasta amas de casa  acuden  a su ritual sin falta para “que corran las horas y para perder plata”, como lo reconoce don Alfredito, que con sus setenta y cinco años, y sus poquitos centímetros de cuerpo, aún  se asombra con el juego de naipes, o como lo confiesa doña Lola, una sesentona mujer de cabello  morado, “desde que me separé de mi esposo vengo todos los días, casi todo el día. Me hago treinta o cuarenta mil pesos, apostando con estos viejos”.

Al otro lado, tres niñas lamen con placidez un cono que comparten, por la ausencia de monedas, mientras corren tras un balón, en tanto, a algunos niños que salen de misa, sus padres les compran crispetas.

Un pechirojo se baña en la fuente que adorna el centro de esta plaza. El ave es ignorada por los jubilados, que sentados  en las  bancas, abren trozos de periódicos arrugados que conserven el crucigrama. Ni los hombres,  ni el pechirojo perciben el reloj pegado a la fachada del templo. Para los agotados hombres y el enérgico  animal, simplemente,  no se mueve.

Todas las bancas son ocupadas por sus desgastados cuerpos. Total, todos viven cerca de su cotidiano sitio de encuentro, ya que hallan la tranquilidad de un respiradero sin agite en este contaminado suelo.

Los domingos son familiares, las madres con sus madres caminan a paso lento  para disfrutar del juego que inventan los pequeños nietos. En otras ocasiones, alberga  los Mercados Campesinos, o los Toldos Artesanales. En esos instantes, es tanta la gente que visita al Parque que difícilmente caben entre tropiezo y tropiezo.

Sobre la cabeza de Simón Bolívar, quien mira atento la salida de los niños de su escuela, una paloma duerme, venciendo el calor que a esta hora aporrea.  Una piernona muchacha le da la espalda al flaquito caudillo,  mientras ofrece pandequeso santarroseño.  Cerquita de ella, un canoso hombre vende frutas, convirtiendo ese pedazo en una callejera tienda.

Otro anciano bajito, de bastón y calvito – no te has pillado que los diminutivos son tiernitos – con dificultad llega hasta donde uno de los lustrabotas que maquilla religiosamente sus zapatos. Al hombre se le adhirieron  los huesos a su corrugada piel, y con su cortesía habitual,  saluda a su fiel embolador,  mientras voltea el maltratado cojín para sentarse.

“¿Cómo  amaneció don Eudoro?”. “Aliviadito mijo, gracias a Dios, aliviadito”. Contesta el viejito – que ternurita, ¿no?,  en diminutivo –

Aquí el protagonista es el árbol que florece después de un periodo extenso de tiempo. Al lado del árbol un letrero, que pocos leen, invita a cuidarlo. “Me llamo Cocuelo o bala de cañón, soy orgullo del Parque”.

Cerca al CAI móvil dos policías chatean. Cerca a los policías, dos jóvenes padres disfrutan los cigarros que tiene el aroma de cuidar, una vida recién nacida. Los policías apenas se enteran que en una de las bancas una mujer duerme su ebriedad,  la paran, y ella, sin protestar se marcha  mientras una madre le habla a su hijita – otra vez la ternura diminuta, ¿si, pillas? –  a través de su dedo índice, “mirá las palomitas”, la pequeña sale en carrera tras de ellas, pero resbala, cae, no llora y expresa, mientras se reincorpora:”chiiii, ahí tan”. Una abuela que observa la escena, refunfuñando dice:”que vieja tan alcahueta, no ve que las espantan”.

Ni la niña logró accionar las alas de la gran cantidad de quietud emplumada, que parecían, más bien,  un lento orgasmo de somnolencia.  Las aves con dificultad vuelven a sus casas pegadas de los arboles; todas parecen aguevadas, atembadas, o trabadas,  entre tanto,  la dama que el policía paró de la banca, exclama en forma peyorativa: “este es El Parque  de los pájaros caídos”, refiriéndose a sus lerdos visitantes. ¡Claro!, que  la alta y flaca palmera, que disfruta la sabana fresca del  follaje,  de este pulmón citadino,  no le entendió, porque está parada, sí, – sin diminutivos – parada tan alto que a nadie ofendió.

A la hora en que no se escucha ni el aleteo, ni el ronroneo de las emplumadas enemigas de la fachada y techos de la iglesia, “parecen suegra empegotada: uno con ella pa´ fuera, y ella pegada de uno, pa´ dentro”, dice Manuel,  un viejo aguardientero, con dentadura rumbera, mientras se rasca la espalda con un chamizo que halló dentro de una de las jardineras: “el cura tuvo que alambrar algunos muros pa´ que no cagaran, allá”;   y, así –  sí, chasquea tus dedos –  así, de una,  aparece el sabor del chuzo, del vasito con chunchurria, del frito que amenaza con llenar  las venas del añejo calendario con  mucho colesterol.

En su fragancia todos coinciden. Dicen que El Parque de Belén, perteneciente a la Comuna más extensa y poblada de Medellín, huele a tiempo ido, como el sitio dónde nació Jesús de Nazareth, muchísimo, pero muchísimo más allá, del río.

pensamientos de 9 \"“ALIVIADITO MIJO, GRACIAS A DIOS, ALIVIADITO”\"

  1. Cuando vivía en Manrique hace unos 50 años, armábamos paseos para ir a bañarnos y a coger mangos, guayabas y naranjas a las mangas de Belén.

  2. Muchos hábitos citadinos son plasmados en el lugar que discurre su crónica, y sin darnos cuenta, nos sumerje en ese rinconcito de los recuerdos, donde solo sobrevive la nostalgia. Camarada Héctor, hasta siempre.

  3. » En está crónica en particular , destaco las fotografías que la acompañan , bañadas de todas las experiencias vividas que reflejan esos personajes , propios de nuestra cultura paisa , que a diario conviven allí , desde la aurora , hasta que el sol llega a su ocaso «.
    Gran descripción Maestro Hector, siempre nos genera expectativas con la siguiente por leer.??

    1. Rubencho. Como siempre, mijo, muy, pero muy generoso con mi humilde forma de escribir. Me alegra muchísimo que te agraden las crónicas, y, como siempre, te espero en la próxima.

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