El Locutor

Que conocí

No le importaba si por Carabobo pasaban los buses de Belén, tampoco que  no había gordas ni gordos donde hoy es la Plaza Botero, mucho menos  el ronroneo de las Calimatic que asustaban porque eran las preferidas del patrón, ni que Medellín tuviera un millón cuatrocientos mil habitantes,  ¿para qué saber  que el alcalde era Juan Felipe?, sin duda se preguntó, desconocía que  tres señoras robustas (sin falta)  vendían en el Carré las arepas que cocinaban en sus casas, ni le inmutaba que el salario mínimo estuviese en $9.261, y que ni estirándolo alcanzaba. Era 1983. Nada de lo que sucedía en ese encementado año lo distraía.

Como yoga, a un lado del atrio de La Veracruz se sentaba, permaneciendo, así, horas y horas, mientras su mano derecha llevaba hasta el oído como si fuese cantante. Cuando la mano bajaba, el transistor que siempre le acompañó, sobre su oreja apoyaba.  Lo conocí con muy poca audiencia, y, tal vez, por solidaridad con El Locutor (así le llamábamos) algunos minutos me quedaba observando su comunicativa obsesión. Al escuchar a alguien describir su brillantez en la U de A, no dudaba de su cordura. Su afán de explorar lo convirtió en comensal de páginas. Allí, en La Veracruz, de él se burlaban como negando el holograma que es la realidad, queriendo ignorar que, de aquí, nadie ileso saldrá. Nos hacemos los locos con la ficción que vivimos porque nos atragantan con tener plata para que no dejemos de comprar. Cuando lo escuchaba veía al sabio que me enseñaba a abrir falsas rejas.

Su nombre no conocí, pero del Locutor aprendí lo que la catedra me escondía: lo recuerdo en este texto, con su boina de pintor cubriéndole su adolescente calva, con el chalequito negro que ocultaba la vejez de la indescifrable camisa. Y con su innegociable radiecito decodificando noticias mentirosas. Una vez, un señor de cuadriculas en sus canas, le reclamó porque afeaba el atrio. Su narración cacheteó al majadero caballero cuando El Locutor siguió como si nada: “señoras y señores, desde el transmóvil uno con el reqeuetemacanudo Julio Arrastía Bricca, acompañamos al primer colombiano en ganar una vuelta europea. Alfonso Flórez Ortiz es el campeón del Tour de l’Avenir de 1980. Le ganó al mejor corredor aficionado del mundo, el ruso Serguei Soukoroutchenko”. El viejo al escucharlo, como no era capaz de pronunciar el apellido del segundo en la clasificación general, achantado se abrió del parche.  La vergüenza lo expulsó.  De su demencia sólo rumores escuché. Para mí era la genuina sensatez describiendo los goles del DIM, aunque nunca al Atanasio fue. Jamás su mano mendigó. Su alma era convicción. Fue el profesor de la ciudad que lo negó, al ser ésta la capital del “todo es plata”, convirtiéndonos en esquizofrénicos depredadores de la ambición.  Este hombre de 40 años (decían que era su edad) me enseñó a desaprender lo que en el tercer semestre me obligaban saber. Y aunque nunca lo volví a ver, cuando paso por Carabobo, diagonal a La Veracruz, veo inmutable al periodista callejero que la historia desvaneció porque el dinero, jamás le interesó.

Abril 26 de 2024

pensamientos de 10 \"EL LOCUTOR\"

  1. Hace poco pregunté por el apelativo, sobrenombre o algo así que tenía «el locutor», al que además de la Veracruz, lo escuchaba en el parque Bolívar. Creo que vivió por Manrique. Y lo llamaban por algún nombre como Serafín o algo así. Nadie me pudo decir cuál era. En todo caso, fue una presencia ineludible en el centro de Medellín. Gracias por tener en cuenta a ese personaje popular, ome Héctor. Un abrazo.

  2. “ Si , el famoso locutor de la Veracruz, que lindo homenaje a esos seres anónimos que caminan por nuestras calles , y que ; quien lo creyera , nos enseñan tanto. Excelente crónica profesor Barrientos “

    1. Rubencho. Gracias por sacar un ratico de tu tiempo para leer y opinar sobre esta crónica. La distancia te acerca a través de El Locutor porque la lejanía no es pretexto para no recordar a nuestra Medellín de siempre.

  3. Había otro locutor menos «elegante» y le decían *el de la cobija* , que se hacía en el Parque Bolívar.
    Si te querías enterar de los últimos acontecimientos,lo ubicadas para que escucharas no solo la noticia, sino el comentario que hacía sobre el asunto. Un Diógenes de parque irónico, ácido y crítico a más no poder.

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