“De una, pa’ que no sufra”

Alguien gritó

En el callejón no se recuerda a 1951, año que se crea la Oficina de Planeación de la ciudad. Estos están adheridos a esa historia barrial de construir la vivienda con la ayuda del vecino, experto albañil y empírico arquitecto: nació porque en esas cuadras sobraban brazos para ayudar a quien lo solicitara, ya que, sus habitantes tenían la entrada abierta y su salida clausurada.  De igual manera se unían para sacrificar al porcino elegido, en la corta calle, de la bullosa vecindad. Pero llegó el Acuerdo 49 de 2003 del Concejo de Medellín, cacheteando este ritual de tortura y lamento, con el fin de proteger al animal que la voracidad fiestera transformaría en el crocante chicharrón que a todos ¡ummm! fascinaba.

Ese 24, o ese 31, de todos los diciembres, volvió tradición popular la algarabía frita. Y la victima suplicaba (con su agónico chillido) que esa rumbera apología al colesterol no se iniciara, pero ¡no!, a nadie le importaba el lacónico ruego porque todos decían que era un simple marrano que les divertía con su sufrimiento: el bafle ensordecía mientras las suelas se desgastaban, cuando Rodolfo Aicardi (con su nasal voz) interpretaba Feliz Nochebuena, convirtiéndose, así, en cómplice del beso amacizado que don Ramón le robó a su querida, pactando su atracción. El parpadeo colorido del alumbrado navideño acompañaba los adornos adheridos a las puertas y ventanas de las casas, del delirante callejón.

Hasta el estrén, comprado a plazos en el almacén del Centro de la ciudad, que, a todos fiaba, fue salpicado de aceite porque la paila no era tan honda como la obesidad del desafortunado cerdo. Entre los patacones, el guaro, la otra bailadita, la silenciosa declaración de amor, el grito de la doña advirtiéndole a Lalo, que ha comido mucha grasa, la otra bailadita, la infaltable y clandestina cogida de manos, de un par de miradas irresistibles; aparecen los niños chicaneando con el “Traído del niño Dios”, hallado debajo de la almohada.  Arturito, el borrachito que con sólo oler la cerveza se embriagaba, continuaba con sus tres parceros la farra (en la mañana del veinticinco, o del primero) sin un peso con que comprar el Alka Seltzer para el dolor de cabeza, pero, eso sí, dispuesto a organizar la sancochada que traería las nuevas víctimas: cinco gallinas que preparó, la víspera, doña Magola (la gritona) para continuar hasta cuando el cuerpo diga basta.

Aunque una norma prohibió el sacrificio público del cerdo integrador, la vecindad sigue conservando dicha tradición en estos callejones, porque reunirse es el pretexto, así, no estén en diciembre, puesto, que, juntarse, es ya un carnaval.

Octubre 3 de 2021

pensamientos de 14 \"“DE UNA, PA’ QUE NO SUFRA”\"

  1. Una crònica con olor a natilla y buñuelo y acompañado, por supuesto ,de una que otra pola.
    Gratos recuerdos de nuestros callejones en las laderas de la comuna nororiental.
    Gracias por mantenerlos vivos.

  2. Recuerdo que en mis primeros años de vida, que los viví en el campo, cuando se iba a sacrificar al cerdo, llamaban al matarife para ejecutar este cruel acto.

  3. Se prohibieron las marranadas pero el sicario del barrio ahora es la persona de bien, que no mata cerdos pero mata humanos y posa de un gran emprendedor y es hasta uribista. Buenos recuerdos Héctor, hasta que se partió la historia de la ciudad.

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