La risita del Firulais

Y éstos, ¿a quién mordieron?

Cuatro meses después, de estar oliendo a los mismos, los ve diferentes porque su nariz es su mirada, porque ya no les huye, los compadece, al asociarlos con caricaturas que, a través de su fragilidad sin ombligo, desnudaron lo que realmente son: la suma de incertidumbre y miedo que desenreda su vulnerabilidad.

Y, éstos, ¿a quién mordieron que a todos embozalaron?

Se pregunta Firulais al ver a Jenny, su leal protectora, mientras elige el color del tapabocas –  de la docena que cuelga, donde cuelga sus gorras –  que combine con el frágil rosado de la correa que sujetará a su mascota mientras caminan el barrio. Lo que no comprende la mascota es que su amorosa dueña vive una pandemia – como todos los humanos, en este planeta – que ni ella entiende, ni nadie entiende, cómo nació y cómo terminará la infección llamada –  hasta pispo suena –  Covid – 19.

El sarcástico Jijijijijiii, reemplazó al bulloso guaguaguaaaaa – ladrido natural del perro –  al burlarse de nuestra soberbia depredadora, tan perversa, que llega al extremo de crear un virus por las ganas de tener, tener, y tener más riqueza, sin importar las consecuencias de su ambición esquizofrénica hasta joder la vida de la tierra.

Y mientras recorren las callecitas con olor a barrio empinado, ese festivo aroma de casitas pegadas al morro nororiental de la ciudad.  Firulais huele con su mirada las mascarillas amarradas en los rostros de quienes se consideraban dueños de todo, y de todos.

El chocolate con pelos, – labrador le llaman quienes se creen expertos – sin bajar su húmeda nariz para explorar el asfalto, garboso camina con sus ojos, sin distracción alguna, porque concentrado sigue gozando el uso y el abuso de este trapito que ata la libertad de quienes amarran a otros, según el sitio, por donde lo arrastra Jenny.

Esta nueva prenda – de uso obligado – posee los exclusivos estampados – cree quien lo adquiere –  de pepitas, de estrellitas, de pedrería, de tiburones, de aves, con el logo de las empresas, del Metro, de los noticieros, del DIM, del Nacional, de Nike, de ADIDAS, de Gucci, de Lacoste, con la sonrisa del Jocker, con dientes cadavéricos, con la exposición del alma, de quienes lo muestran con miedo chicanero, para gritar en silencio: ¡muertos, pero a la moda!

Y pasan, repasan, y vuelven a pasar, sin detenerse, por la tienda de Álvaro, el manco – que, cuando ella está desplatada le fía el cuido a la chanda, como él, lo llama –  donde un grupito de vecinos se parchan a beber una Pilsen, mientras conversan su incierto respirar:  con el trapito colgado en la nuca, sobre la calva, en la boca, pero no en la nariz, en una oreja, en la mano izquierda, en la pretina, en la muñeca como manilla, en el bolsillo de atrás, o sostenido por  el orgullo conspirador de boxeador fracasado, exhiben su protección al invisible virus.

Y pasan por la revueltería, por la esquina de la cuadra de Lola, por el CAI, por el atrio, por la terminal de buses, por la casa de las hermanas chismosas, por cualquier sitio que lleve a Jenny, lejos del tedio sin color, pero siempre pasa y vuelven a pasa, con el Firulais, quien se carcajea sin sonreír. ¡Jijijijiii!  Y, en ese andar de perrero sin experiencia, el chocolate greñudo ve a la parejita uniformada con tatuajes, que se besan, sin norma alguna, con el tapabocas –  también tatuado –  puesto: ¿un beso así, ¿a qué sabrá?  ¡Pues, a pañuelo, mijo!, se responde el perro; ve a la flaca que lleva en brazos a un gato sin cara porque una pañoleta le cubre la redondez de su pequeña identidad. Mientras protege a Michín, ella se expone porque a su rostro ni una servilleta se adhiere. Cuando cruzan frente al bar, de los mismos con las mismas, un puño no arranca un diente pero sí la mascarilla de uno de los rivales; un poco más arriba ve al conductor del 028 limpiar la cabrilla del bus con la punta de su tapabocas, volviéndosela a colgar en una oreja como bandera reciclada, como si la historia se hubiese quedado quieta; más abajo ve al carretillero que ofrece en silencio tapabocas, en vez del, banaaano, banaaano, que siempre la siesta le fracturaba; ve a Marujita evitar a don Lucas – cambiando de acera – porque  le pone conversa, y,   ¡taque!, la contamina; mientras se acercan a la casa escucha a un indigente gritándole a un enfermero que viene de cumplir su turno laboral: “tranquilo, parce, aquí, usted, es nuestro héroe”, el enfermero agradece, juntando sus manos sobre su pecho, la espontanea iniciativa sin bañar.

Jenny y Firulais entran a su vivienda. Ella corre, empelota, al baño para desinfectar su  miedo al contagio, mientras él se estira sobre la baldosa, de la sala, para agregarle un largo suspiro de sarcasmo a su risita canina, sin entender, si su joven protectora, mordió o no a alguien, mientras ella restrega la memoria de su piel con gel desinfectante, en el ritual de cada salida a la calle, desde aquel quince de marzo, cuando Daniel – el alcalde – ordenó encerrarnos porque a Medellín había inmigrado la enfermedad –  desde España –  cuando una señora que acumula cincuenta celebraciones,  aterrizó en el  aeropuerto en Rionegro, el nueve del tercer mes,  de este inédito año.

Julio 17 de 2020

 

pensamientos de 10 \"LA RISITA DEL FIRULAIS\"

  1. -Una crónica esperada ,con el olor característico de su autor,a tierra, a terruño ,a cotidianidad.
    -Nombres de perros y gatos que se vuelven familiares por estas tierras del Sagrado Corazón de Jesús ( Chibchombia como la nombra el autor de esta crónica).
    -Fiel a su trabajo, sin perder la calidad de la pluma y de la fotografía.
    -Una simbología para un curso de semiótica.

    1. Horacio. Muchas gracias por tus nobles conceptos. Muchas gracias por leer estas crónicas y por opinar sobre ellas. Te espero en la próxima.

  2. Excelente retrato de este año atípico, me encanta tu sabiduría callejera y como lo plasmas con letras para la posteridad.
    Gracias Héctor por compartir tus escritos.

    1. Patricia. Muy generosas tus palabras. Gracias por leerlas, gracias por plasmar tu concepto sobre ellas, gracias por esperar la próxima, que seguramente, vas a disfrutar.

  3. Distanciamiento, registro, código, listado, reinvención, contagio, el lenguaje de la peste nos cubre con la nube del terror, del miedo, del código del Gran Hermano que todo nos lo controla.

    1. Miguel. Gracias por leer la crónica. Tu comentario me regreso a George Orwell – 1984 – para releer esta pandemia con una mirada diferente, como la del Firulais. En la próxima te espero.

  4. Mejor no se podría haber fotografiado al miedo , a la soberbia, a la autosuficiencia al menosprecio evidente en una sociedad maltrecha por el tener , antes que por el ser…Brillante , ansiada y esperada esta crónica profesor Barrientos…. Hasta el firulais seguro la estaba esperando … En buena hora !!

    1. Gracias, Rubencho. Muy acertado tu contextualizado comentario. Gracias por leer esta crónica, gracias por tu generosidad, gracias por tu paciencia de esperar la próxima, donde te espero.

  5. muertos pero a la moda totalmente de acuerdo no se pudo haber plasmado mejor donde acaba nuestra superioridad y aun así nuestra soberbia sigue haciendo de las suyas gracias por decir lo que muchos quisiéramos pero preferimos callarnos ?

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