¡QUE PUEBLITO TAN PAISA!
El cerro Sol para los nativos ancestrales o cerro Nutibara para nosotros.
Por la avenida Treinta y Tres o por la calle Treinta, sube – quien pueda – las doscientas sesenta y dos escalas de piedra, para llegar al techo del cerro y, estando allí, lo primero que descubre es la escultura de Guillermo Zuluaga
“Montecristo” (1924 – 1997), el papá de los humoristas colombianos. En la placa se lee que fue obsequiada por Crisanto Vargas, “Vargasvil”, amigo, humorista y paisano de “Montecristo”, siendo su creadora Luz María Piedrahita,
el 10 de febrero del año 2001.
En este rectángulo abierto que albergan las treinta y una hectáreas del Cerro, y sobre una altura de ochenta metros, por encima del pavimento, habitan: una iglesia sin feligreses, una casa cural sin sotana, una escuela sin recreo, una
barbería sin pelo, un estanco sin borrachos, una alcaldía sin corbata, una vivienda de dos pisos sin familia, y una casa cuyas inquilinas son las artesanías que allí se venden. Sobre las tejas de barro de esta minúscula copia, cucurrutean las voces del viejo Peñol – el municipio del oriente antioqueño – inundado y desplazado para abrirle espacio a una represa hidroeléctrica, a finales de los años setenta del siglo veinte, ya que las ventanas y puertas fueron construidas con las demolidas viviendas del pueblo ahogado.
Rubén Darío, quien desde hace diez años es inmigrante, regresó a su tierra aprovechando un respiro que le dio su absorbente trabajo en la USA que lo usa para luego ser su nostalgia quien lo expulsa y, ¡claro!, se trajo a sus parientes
cercanos al Pueblito Paisa para volver a pasar por el corazón lo que ninguna moneda compra. Como es tan numerosa su familia ocupan todo el segundo piso de la casona, que en su balcón cuelga begonias, pensamientos, orquídeas
y conchitas, combinando ese mosaico natural con el rojo de las puertas de “La Fonda del Pueblo”. En este restaurante el olor a mondongo, cazuela, chorizo y mazamorra no distrae a los visitantes, que, desde el mismo el balcón, miran la rutina del lugar. De repente, cuando la mesera, una cejona mujer, vestida de chapolera, descarga sobre la mesa una enorme bandeja: todos los ojos familiares captan un chicharrón de muchas patas y ningún zapato. “¡Esto es Medallo!, como te extraño: falta que me hacés”, exclama Rubén Darío, cuando, de repente, un par de lágrimas acarician con lentitud sus mejillas.
Mientras sus dientes rasgan el colesterol, una niña despistada averigua por don Tomás Carrasquilla Naranjo, ubicado en una de las esquinas de la plaza – desde 1978 – por su autor, Gustavo López. La madre saturada de respuestas la invita a leer el contenido de la plaquita expuesta.
Sobre la cintura del Cerro – en una de las curvas de la serpiente de brea – pegado al arte, al rock, la bohemia y la poesía, se encuentra el teatro “Carlos Vieco Ortiz” (1900 – 1979), quien lleva el nombre del compositor musical de esta tierra. El único teatro al aire libre de la ciudad fue inaugurado en 1984. El sitio convoca, en torno a sus gradas semicirculares, a todos los gomosos de la cultura. La concha acústica – también semicircular – hecha en Guayacán, fue diseñado por el arquitecto Oscar Mesa. Cuando se inaugura o clausura, cada año, El Festival Internacional de Poesía, más de cuatro mil almas embriagadas de esperanza se unen para alimentarse con metáforas, y espantar, así, el testamento de metralla que heredó nuestra sociedad narcotizada. Frente al Teatro se halla el sendero de las esculturas; por donde, mientras un barbado camina la angosta ruta de piedras, la maleza, la voz de las chicharras, la
alegría de las mariposas, el ronquido de un helicóptero policial, y el silbido emplumado, le acompañan.
En la plaza central, bordeando una docena de casas, los toldos de carpas amarillas exhiben artesanías. Así lo imaginó el arquitecto Julián Sierra Mejía, quien lideró la idea de representar un poblado antioqueño con todas sus
tradiciones. En otra ruta, la del colesterol, el aroma de la fritanga, papa salada, morcilla, chunchurria, arepa con carne desmechada, chuzo, y carne asada; atrapa la sazón casera, de las matronas ausentes, que inundan el corazón.
Ningún visitante se interesa por saber su fecha de fundación: 3 de marzo de 1978, porque concentrados se hallan en el plato guisado con el recuerdo en la cocina de la casa materna, ni tampoco averiguan por el autor de la escultura “El
Cacique Nutibara” – el mismo que fue quemado porque un bandido español, Juan Vadillo, le exigió doce canastos de oro para liberar del secuestro a su esposa e hijos, pero como no pudo conseguirlo, ese tal visitador, lo asesinó, y,
desde entonces, se le considera, por su valentía, como el más grande cacique del Nordeste antioqueño – En esta crónica debo recordar a José Horacio Betancur (1917 – 1957), que en 1955, fue quien la creó.
Una bola de rojas plumas, desde un cable de energía, calcula su aterrizaje para recoger lo que los visitantes dejan. No sé, si al pájaro, esta atmósfera le huela al abrazo que no recibió la generación que ya no está, pero, si sé, que eso
huele el nieto, colgado de su abuelita, cuando están de regreso en casa.
Un texto con olor a historia como todas las que he leído hasta ahora.Un recorrido por nuestros ancestros y un lugar que muchos conocemos al dedillo por haber subido allí casi desde pequeños y lo seguimos frecuentando , llevando a propios y extranjeros.
Gracias por este nuevo recuerdo.
Horacio. Gracias por tu valiosa opinión. Como siempre, te espero en la próxima.
Al leer esta hermosa y pintoresca crónica , me sentí como el personaje principal de la misma ….. Y de verdad , somos muchos los Ruben Dario , que año tras año , mientras se puede ; llegamos allí a vivir los recuerdos de antaño , haciendo memoria en medio de una bandeja Paisa… Profesor , gracias por ese homenaje a los inmigrantes , que cuando decidimos hacer exilio voluntario nos vienen muchos visos de nostalgia siempre que empezamos a subir hacia nuestro » Pueblito Paisa »
Abrazo fraterno,
Rubencho. Si, es la deuda que tenia con vos, porque aunque llevés miles de kilómetros de lejanía en tu alma, siempre sos del viejo barrio, del mismo bar, del pueblito que conservás en tu memoria intacta: te espero en la próxima para que evoqués tus andares juveniles.
Hector, es interesante reflexionar sobre este referente cultural, que otrora, se convirtió en el lugar turístico predilecto de la gente, especialmente de los pueblos, para hacerse notar y «chicanear». ¿ cuántas personas han regresado al pueblito paisa? ¿les asistió el mismo interés? Seguro, que lo emblemático del lugar ha llegado más lejos que la intención al considerarlo patrimonio cultural. Hoy no solo llena muchas expectativas turísticas, sino que eleva nuestros pensamientos ante lo majestuoso del panorama. Ciudad del sol, ciudad de luz.
Alberto, vos siempre, con tus profundos conceptos, enriqueces estas crónica porque tejes otra crónica, con tus palabras. Gracias por estar ahí, leyéndolas y opinando. Te espero en la próxima.