¡UN CHAPUZÓN DE ALEGRÍA!

El Parque de los Pies Descalzos

Allá, al segundo Centro de la ciudad, con ansiedad llegan a jugar, a preguntar, a descansar, a explorar, a mojar su deseo de abandonar la rutina, así no sepan que se inauguró el 7 de diciembre de 1998.

Cruzando la avenida que lleva al barrio Guayabal, y pegadito a la Plaza de La Libertad, ahí, en lo que llaman La Alpujarra, se halla el sitio que hospeda un Museo del Agua. En El Parque,  o en El Museo,  logran aprender mientras se divierten.

Doce columnas inclinadas de concreto forman la cascada artificial que llora al ver gozar –  con sus lágrimas potables –  a los niños que humedecen su felicidad cuando llegan con sus padres, amigos, primos, o hermanos, al disfrute de este lugar. Este chorro de excursión urbana  da la bienvenida,  a quienes, con fiambre, y gaseosa litro, arriban dispuestos a tardear en este espacio público con nombre de canción pop.

Ellos, los maestros del goce –  los niños –  exhiben sus vestidos de baño acostados sobre las toallas que sus mamás les empacaron en las bolsas plásticas con logos de supermercados. Es el caso de Yulieth, una niña  de cinco añitos,  quién junto a su madre, la abuela, la tía Márgara,  y dos primitos –  de la misma edad –  bajaron desde Manrique, el barrio del nororiente de la ciudad, que cuelga sus asfaltadas vías sobre la espalda de la montaña donde fue fundado.

La niña vive lo que a los adultos les cuesta imaginar.  Qué en ese instante se halla en la playa de uno de los mares que posee Colombia. “Mami, tráeme el anti solar, por fa”. La joven madre –  quien aún no termina su bachillerato –  corre sin afán para aplicarle el gel protector, que extrae al oprimir, de un alargado empaque.

A unos cuantos pasos de Yulieth,  se hallan cinco pequeñitos –  todos de la misma estatura, y con los mismos granitos en la espalda – quienes sienten el cosquilleo acariciador de la arena en sus pies y en sus manos. Dos de ellos juegan a recogerla convirtiendo sus manitos en palas: “mami, mami, Julián me tumbó el morrito de tierra que hice”, quién se queja llorando es Edwar, al reclamar la impertinencia de su hermano. “Julián, dejá al niño quieto”, le reclama la progenitora. A su ingenua felicidad no le interesa, que inicialmente se halla llamado, “Parque de los Búcaros”,  porque, éstos, están sembrados en los costados norte y sur del mismo.

Al otro lado de la cascada,  tres niñas, vecinitas de barrio de los niños que vinieron con el kit completo de la parentela, inventan su pasarela,  mientras se ajustan sus coloridos bikinis, que sus madres fiaron en el almacén del Centro –  que siempre les fía porque en ellos confía, cuando alguien de la casa, va a estrenar – se sueñan, en su juego, ganando el Reinado de la Simpatía que acaban de crear. Mientras desfilan,  un bebé,  con una minúscula pala, y un pequeño balde de plástico, llena y vacía el recipiente. Muchas, muchísimas veces repite el ejercicio sin cansar su ilusión de nunca acabar. Sus padres, una joven pareja, sin preguntas le observan. A los inexpertos papás, tampoco les interesa que este sitio tuvo un segundo nombre, por la cantidad de encuentros empresariales que se organizaban: “como Plazoleta de los Eventos”, se le  conoció. A la pareja sólo le emociona la alegría de su pequeñín, su monito primogénito, que los puso a madrugar y trasnochar porque energía le sobra.   ¿Cuál pendejada de recordar nombres? Preguntarás vos, imaginándote los  acróbatas ojitos  del niño.

Éstos, y otros pies, desnudos andan con el fin de sentir la seducción de la calidez granulada que guarda el estanque diseñado para olvidar la fatiga. Los veraniegos masajes relajan tanto que los transporta a un mundo sin problemas, embriagando de tranquilidad a sus adultos acompañantes. De ahí nace su tercer y último nombre: “Pies Descalzos”. ¿Influyó el éxito musical de Shakira? Quizás, quizás, quizás, como dice, por ahí, un tango. Nooo, ¿cuál tango? Es un bolero, escrito en 1947 por el cubano Osvaldo Farrés. Concéntrate, pues, Héctor, o no sigas carajiando con esta crónica. Recordá, mejor, que el éxito musical referido, de la barranquillera de voz inaudible y glúteos poliglotas – ¿por qué gustará tanto, si no se le entiende nada? –  fue publicado en 1995, en su álbum Pies descalzos. El titulo del sencillo es larguito, ¿sabías?: Pies descalzos, sueños blancos. Creo, que de ahí viene el nombre actual del Parque porque la mente borra los problemas cuando los talones tocan la playa de ficción.

El bosque de bambú da sombra a la romántica conversación de otra pareja,  mientras un grupo familiar camina en su interior, esculcando la mentolada alma de la vegetación. Simultáneamente,  tres niños – otros – suben a los tronquitos de madera –  sembrados en la arena –  para experimentar sensaciones nuevas. Un Guía, de uniforme caqui,  les orienta el recorrido que temerariamente emprenden.

Los tres muchachitos,  – los mismos – gritando su veraniega alegría,  ni se enteran que una joven Guía – otra – recostada sobre uno de los árboles de bambú, del pequeño bosque, regaña a dos turistas bogotanos, ya que su acento cantaito posa para una foto con los zapatos puestos. La pareja, sin escucharla,  obtura su vivencia para chicaniar en la capital,  su urbana aventura. Ella, exhalando su enojo, como búho en dieta, muy para sus adentros, respira su expresión: “y, estos langarutos, ¿qué se creen?… la paloma que nunca caga”.

Tampoco –  los regañados –  vieron al grupo de niños que se divierten en los chorritos que expulsa el asfalto en otro trozo del Parque. Ellos corren y gritan, cada vez que el agua les muerde la espalda. Una, dos, tres horas son pocas para evidenciar su felicidad en sus empapadas ropas.  Ni  la pareja de turistas,  ni los  niños,  notan la presencia del enorme edifico – que llaman inteligente –  de las Empresas Públicas,  quien les vigila sin inmutarse.  ¿Lo de inteligente será porque no oye, no habla y no escucha?, o, ¿será por la canción de Shakira, N0, estrenada en el año 2005? y la cual contó con la colaboración musical de Gustavo Cerati. No ha de faltar el que se haga esta pregunta. ¡Te lo aseguro!

En todo caso, el sol derrite la brisa citadina sobre el rostro del grupo de adultos que humedecen sus pies, en un laguito artificial, mientras conversan sin guión alguno, sobre la tranquilidad vivida en este paréntesis de agua, árboles y cemento;  vecino al Teatro Metropolitano, inaugurado en 1987, el cual lleva el nombre de “don Guti” – como le decían los más cercanos – José Gutiérrez Gómez: un ejecutivo de la ciudad que fundó a Comfama, La Universidad EAFIT, entre otras empresas, además, fue alcalde de Medellín. Bueno, que ¿por qué este nombre? Pues, porque este teatro fue iniciativa de los que tienen el billete.

Pero me estoy desviando,  y, mejor, te cuento que el silencio deja escuchar el diccionario de los pájaros, el mismo  que se mezcla con el sonido producido por los chorritos de agua –  y de orines, ¿o, acaso, los niños son de plastilina?,  recordá que tanto liquido  nos da miadera – mientras que algunos árboles, pegados al estanque de arena,  simulan un otoño sin estaciones. Tanta mudez atrapa a dos abuelas que roncan – descoordinadamente –  extendidas en la manga, mientras sus dentaduras postizas,  suben y bajan, como en un tobogán de pueblo, cuando de fiesta se anda.

Con frecuencia, el frente de las cafeterías, se transforma en una inmensa pantalla  de cine que convoca a todos los pies.  Todos caben en el  mismo sitio porque hasta aquí  llegan:  los pies tiernos, los que creen, los que crean, con juanetes, olvidados, llorones, felices, sin pecueca, con talón, sin tacón, delicados, con rostro, estregados, con callos, sin uñas, bocones, con dedos gordos en dieta, poéticos, chambones, sin el dedo chiquito, con bastón, sin suelas, con uñero, enamorados, teñidos, con gafas, flacos, en pantaloneta, planos, remangados, en chanclas, con puente, sin niguas, con esguinces, caminadores, maduros, sin bastón, inspiradores, apasionados, glamurosos, trasnochados, bebedores, ególatras, sembradores, con Mexana,  adolescentes, con roña, infantiles, amargados, parranderos, con deudas, trabajadores, sin traba, lectores, sin estrenar, con corbata, como los de doña Gloria,  y,  hasta los pies tostados por el andar cansado de tanta experiencia acumulada.

Durante el mes  de diciembre,  los alumbrados – tradición que comenzó en la Avenida La Playa, en todo el centro del Centro, en 1955, con unos pálidos foquitos de cocina ahumada –  convocan a los pies familiares. Tanta luz regada es el pretexto para el reencuentro del mismo apellido.  Toda su atmósfera se torna en una  estación turística. Por ejemplo, unos  visitantes, con acento santandereano, – también cantaito – cobijan sus nucas con el poncho que El Turibus – la empresa de transporte que los lleva – les obsequió para que les acompañe en su visita a la ciudad. Junto a la Guía, – otra – que roba suspiros masculinos,  ingresan a una de las tiendas con el propósito de degustar la natilla, la morcilla  y el buñuelo antioqueño.  Un “aww”, acompañado de un “guarito”, expresan la magia de las luces que motivan la prolongación de la conversación repleta de carcajadas.

Razón tiene el aviso publicitario que lo promociona: “Descalza tus pies y siente la energía del planeta”, porque hasta un pájaro rojo y azul – ¿será hincha del poderoso, el equipo del pueblo, como lo era mi viejo? –  que sin saber leer entendió el mensaje,  parándose sobre el espaldar  de  una de la silla de aluminio, de uno de los negocios de comidas, en busca de su ración. Tanta tranquilidad tacha en el animal la desconfianza instintiva, al decirnos, sin decirnos: sin paranoia, pues, que,  aquí,  huele a masaje citadino.

 

 

 

 

pensamientos de 12 \"¡UN CHAPUZÓN DE ALEGRÍA!\"

    1. Mirito, gracias por tu comentario, y te espero con agrado en la próxima. tu concepto me lleva a valorar más lo que se hace porque vos sos un lector que no traga vidrio. Un abrazo.

  1. Un texto que nos moja el corazón al recordar los paseos con la cónyuge y la pequeňa hija.
    Nos transporta a viejos tiempos,puesto que ahora es poco lo que frecuentamos ese sitio que nos sacó alegrías por doquier al ver a la pequeňa feliz mojàndose no solo sus delicados pies.

    1. Horacio, que bacano que la crónica te regresa la memoria a esos días dónde eras feliz, y vos sí lo sabías. Te espero en la próxima crónica, mi fidedigno lector.

  2. Cierro los ojos y me transporto caminando por un suelo sideral.
    Al abrirlos vuelvo a esta dura realidad que nos deja el recorrer con los pies descalzos del arriero, las calles de esta ciudad fantasmal.

    1. Miguel, excelentes versos para describir lo que sentimos. La historia de nuestras historia con esquinas y diccionarios sin guión alguno. Gracias, mijo, por plasmar, de nuevo, tu esencia filosófica. Otro abrazo.

  3. Un chapuzòn por los recuerdos de quienes hemos estado en ese lugar y pasamos horas viendo como nuestra hija se divertìa allì.
    Como todas tus crònicas nos vas guiando paso a paso .
    Felicitaciones y espero desde ya las pròximas crònicas para ser tu còmplice en esta filigrana.

    1. Horacio. muchísimas gracias por tu comentario, por tu interés en cada crónica, por tu expectativa en la próxima. Y la intención se logró, en vos, al redescubrirte con tu hija jugando a la felicidad.

    1. Jonathan. Gracias por leer las crónicas de este blog, por tus generosos conceptos, y por el entusiasmo que expresas por lo leído. En la próxima crónica te espero para que viajemos por los sitios que están ahí, pero que nuestra memoria olvida con facilidad.

  4. El colorido de las fotografías que acompañan la crónica , describe claramente lo que el asfalto recibe , de esos piel descalzos transeúntes por nuestra citadina ciudad de Medellín, que a veces caminamos sin rumbo alguno. Un abrazo profesor y nos queda la ansiedad por la siguiente narración…
    Leer estas crónicas , es estar allí , en buena hora Hector.

    1. Rubencho, gracias por tus comentarios, no fallas en cada crónica con tu opinión optimista desde la distancia, lo que permite que en Atlanta – Estados Unidos – mantengás tu presencia aquí, en la capital de nuestros encuentros y desencuentros, de nuestras palabras sobre la utopía, y sobre todo, sobre esa historia de la urbe que enamora a quien la redescubre. Gracias, mi hermano, por estar y permanecer, ahí, en la próxima crónica.

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