MAÑANA PASO POR VOS

Unidad Deportiva Atanasio Girardot

(Mucho antes que un Alcalde decidiera quitar la pantalla de la carrera Setenta)

Al centro – occidente de la ciudad existe un sitio –  con nombre de átomo patriota –  donde se reúne tanta historia, a la vez, que ninguna es protagonista. Aquí se convocan a personajes anónimos sin pretensiones de aparecer en la portada de la fama.

Son tantos los visitantes que aprovechan la Ciclo Ruta dominical, la misma que le pone zancadillas a los carros para poder sus tenis deslizar por el asfalto. Son tantos  los visitantes que se atreven –  en un mismo espacio –  a caber, sin ofenderse,  o,  a estar, sin atropellarse.

Hoy,  el sol se puso pantaloneta para divorciarse  del horario con etiquetas. Domingo pa’ renunciar  a tanto deber laboral. Como no hay que trabajar, piensa ella, una canosa señora, hay que salir a conversar, caminar o saludar.

Nevardo, el cura de Barbosa, municipio localizado al norte de la ciudad, el pueblito de los charcos y paseos de olla cada que se pueda, cree en el Todopoderoso, que es su poderoso. Nevardo es un capellán sin cansancio. Sus misas las orienta en un templo sin muros, ni techos. En el Parque de banderas, sin banderas, a sus fieles integra con sus carismáticos cantos.  Para algunos de sus feligreses, el ejercicio corporal  atrae más que la misma religión.  Muy cerquita de sus rezos está el único Obelisco, el centro comercial dónde se vende la pasión por la nueva fe, el futbol,  cuyo dios rebota en la grama del estadio.

Homilías refrigerantes son las del padre Nevardo,  entre canto y bendiciones le pide a las barras, de los dos equipos del fútbol profesional de la casa, que se abracen, que disfruten de un juego que tiene un fin desestresante, como lo hacen los niños en los chorritos del Parque del ajedrez.

Mientras el cura bendice la vida ajena, un piadoso hombre, sin mangas en su camiseta, clavando sus ojos hacia el brillante cielo, suplica impaciente: “no más, no más, no más joda, por el simple hecho de simpatizar por el color de una camiseta”. Este señor, habitante del sector, es víctima frecuente de las broncas que predican algunos hinchas del Medellín o Nacional,  cuando ambos equipos disputan un clásico.  Su casa, a una cuadra de la Unidad Deportiva, termina pagando los agarrones de estos muchachos.

Cerca de los “alabaré, alabaré”,  que se cantan, un viejito camina aspirando el humo de su cigarro mentolado, creyendo que ésta es la dieta para bajar el volumen de  su panza. Avanza dos pasos y regresa uno, hasta detenerse,  para comprar guarapo.

Todo ocurre como en una sala de cine pero sin un guión previamente escrito. Una niña compra la cantidad de potasio requerida por su esfuerzo mientras pregunta,” ¿a cómo el banano?”. “A cien”, responde una negra voz infantil que los ofrece.

Paradoja monumental. Las  voces de algunos niños se divierten, mientras las de otros trabajan  para llevar el sancocho que en algún hogar falta. Esas voces alegres gritan adrenalina, y,  en sus bicis, brincan las rampas hechas para volar de un pedalazo, aunque un grisaceo señor lo intenta, pero, ¡taz!, el cemento del inclinado escenario raspó su osadía.

Otro niño, que con su mamá camina tranquilo, ve al señor que clava su ilusión en un palo: “mami, mami, quielo una”, se refiere el pequeño a las hélices de papel colorido adheridas a una larga vara, que un flaco hombre carga, mientras  la brisa las pone en movimiento. Después de comprarla la madre lo suelta de su mano  y el niño vuela aunque no se eleva.

Como el  fútbol profesional, el mismo que se juega en el estadio, que se inauguró el 19 de marzo de 1953,  está de vacaciones –  con sus puertas cerradas – afuera se llena de sonidos y movimientos, de silencio y conversaciones, de cansancio y de sudores, como ocurrió durante los dos conciertos  de Madonna en el mes de noviembre de 2012.

Alguien perifonea una obra infantil, “títeres a las once”, y subraya ese acento teatral,  “vengan, es gratis, la alcaldía la paga”.  Mientras esto se escucha,  el padre Nevardo continúa cantando, “alabaré, alabaré”.

Muy cerca,  un par de abuelos a su pequeña nieta, enseñan cómo caminar en los patines, y sin advertir lo que sucede, una fila de hormigas rastrean los muros que bordean uno de los escenarios deportivos. Los dueños de dos ciclas estacionadas sobre el quemante suelo –  de oscuras gafas para camuflar su guayabo – conversan sobre todo menos sobre lo que allí pasa. Para ellos no hay tatuajes que sudan, ni la señora de verde chaleco que ofrece, el godo Colombiano y  el aterrador Q´hubo, tampoco  ven al señor en sudadera que lee el periódico mientras su hijo nada en la piscina olímpica. La conversación, a estos deportistas de cada ocho días, les  absorbió los temas.

Entre tanto,  una mujer, Guarda de seguridad, sin querer escuchó lo que habló un señor por su teléfono celular. Su hijo lo mira cómo preguntando, “¿nos vamos?”. Parece cansado de tanto andar. “Sí, estoy en frente de la señora que vende jugos de naranja, sí, ahí cerquita de la esquina del Diamante”, otro centro comercial legendario. La Guarda de seguridad mueve su mano, como diciéndole al niño, “hola, aquí estoy, por si de pronto te pierdes”. El papá le dice al menor, “vamos nene que nos espera la fiera”.

Esa misma mujer se multiplica por cien cuando sus ojos se concentran, también, en la pista que las madres utilizan para enseñar a sus bebés a montar en bicicleta. Un funcionario del INDER (la entidad que regula el deporte de la municipalidad) – con su inconfundible chaleco verde – pita para advertir: “señora, señora,  de esa raya no se puede salir porque su hijo se puede herir” La Guarda, con su pulgar, le dice al funcionario, “bien”,  este sonríe mientras su silla de ruedas se desplaza hacia otro lugar.

La Unidad Deportiva, la casa del padre Nevardo, ha albergado eventos tan importantes para el país,  como los Juegos Centroamericanos y de Caribe, en el año 1978,  o,  los Juegos Suramericanos en el año 2010.  Cientos de deportistas celebraron y lloraron, caminaron por los lugares, que hoy domingo de Ciclo –  Ruta,  recorre doña Maruja, la señora pensionada que fisgonea la entrada del Museo del Deporte, que permanece cerrada. Su esposo, don Gustavo, otro pensionado, le  expresa mientras su mirada investiga lo que las paredes cubren. La intimidad de una exhibición que las  victorias de nuestros deportistas paisas guarda. “ome, Maru, cuándo abren ésta carajada”. Ella, sin mirarlo, sonriendo le responde:”Tavo, averígualo mañana. Vos sabés que hoy es domingo, y no hay tiempo sino para el ejercicio. Sigamos más bien caminando”. Los esposos se retiran de la puerta que da acceso al Museo,  en la parte baja del Atanasio, como los adeptos del fútbol, le llaman. “Querés manguito biche”, propone a su mujer don Gustavo. “No, no, no, ni riesgos, caminemos más bien” Responde la señora, y sin pensarlo, lo deja atrás mientras el calor derrite la frescura que respiran quienes a esta hora continúan sus cuerpos ejercitando.

En la cancha auxiliar un grupo de niños juegan fútbol, en tanto, en el local del frente se escucha un vallenato.  Un policía ubicado donde termina la rampa  que da acceso al coliseo de basquetbol, a su deber da la espalda,  embelesado anda ante la belleza de las porristas de un colegio oficial, que a esta hora practican sus ejercicios  para el Campeonato Nacional que el INDER organiza.

Diagonal de un pequeño local comercial se escapa el olor del colesterol frito, mientras, en otro local, los padres de las niñas porristas conversan motivados por una cerveza fría. Enfrente, un  perro guardián quiere ladrar al ver una pareja joven besarse, olvidando que un bozal le  impide mostrar su agresividad.

Son tantas las personas que sobre la carrera Setenta y Cuatro o Avenida Centenario  – llamada así, en homenaje a los cien años de fundación del “Poderoso de la montaña”, ocurrida en 1913 – se encuentran,  simulando un  gusano de colores sudado, quien por el espasmo gástrico se retuerce.

En el coliseo de tenis de mesa se raquetea el sonido hueco de los pimpones,  mientras otros niños saltan a la cuerda para calentar sus hilos musculares,  y,  así, evitar lesiones.

Gente estirando sus piernas, gente encorvando su espalda, gente sobre la hierba, haciendo ejercicio con sus ideas.

Un señor sacude un árbol mientras el semáforo pestañea. Cae un mango. Su mascota lo atrapa,  y a su carrera le pone alas. El señor lo regaña. “Kiko, vení, Kiko, vení que te ahogás”.

Una gigante pantalla anuncia la temperatura pero nadie la ve, lo cierto es que a unos hombres sin camisa,  el sol les da una paliza. Los espontáneos amigos limpian la sal que a sus espaldas se les pega, mientras uno de ellos, grita: “golaaaaazo”. En ese instante desde la improvisada cancha sale el olor que relaja a la atmosfera.

En un pequeño local, donde venden salpicón, la música  de viejitos – como le dicen los muchachos – ni se escucha, pues, contiguo  a ese local  se  digiere reggaetón. Sobre el césped un hombre duerme su rasca de anoche.

En el ovalado tapete azul de la pista de atletismo,  la gente de todas las edades trota, corren o hablan, sin mucha prisa sobre lo sucedido en la cuadra donde viven. Al frente del escenario,  diez personas sus almas curan a punta de Falun Dafa, ejercicio pasivo que obliga reflexionar que los odios también matan.

Mientras los pájaros, de plumaje chicanero, en los árboles enamoran con sus  acrobacias, un caballero con corbata frena la velocidad caminante de una niña para hablarle de la Biblia.  Sus dueños trotan y los perros con su olfato se mastican el caliente suelo: todo un mosaico de edades como en cualquier feria importante. Por quinientos pesos una dama toma la presión arterial de un señor mientras su mascota le hala; en una tabla que sirve de charol,  una abuela con ojos gastados,  vende sus panelitas para recuperar energías, mientras el desfile de coloridas sudaderas continúa.  Una señora, de minúscula estatura, lleva un perro tan grande que parece una vaca, algunos caminantes, con sus celulares captan esta contradicción. Tanta mascota junta se huelen, se agreden, se hurgan, y,  entre tanto,  una negra mujer grita, “agua helada, agüiiiita helada, agua, agua”, mientras un perro arrastra su lengua sin importarle, si, aquí, la gente brinca con una cesta, un jonrón, o con un gol.

Esta arquitectura – hecha para el deporte –  recuerda  las verdes montañas paisas – inhóspitas y poco hospitalarias –  también es frecuentada por el hincha de la selección  colombiana de fútbol, quien  compra un Bon Ice,  mientras evoca  la chalaca de Falcao.  En la acera, sobre la carrera Setenta y Cuatro, se venden los cds de tangos y boleros,  y  las películas piratas. Muy cerca de la música que no paga impuestos se asentaron la señora que vende gorras, el muchacho que cuida los carros, el barrendero que recoge desechos urbanos, el vendedor del copito de nieve;  en este calor asfixiante todos caben como vecinos de inquilinato.

En la Unidad Deportiva – que lleva el nombre de Manuel Atanasio Girardot Díaz – soldado antioqueño que murió por querer zafar a la patria del amarre español en 1813, durante la batalla de Bárbula en Venezuela – la misma que queda cerquita al liceo con nombre de un expresidente conservador – 1918 – 1921 – el único echado del puesto porque no era digno del cargo – como dicen las buenas lenguas – no le perdonaron que no procediera de una familia emperifollada, ya que su mamá se ganó la vida como lavandera de ropa ajena; en donde sus estudiantes soñaron con la revolución y el cambio,  lanzando piedras con sus ideas. “¡Ah, qué años aquellos!”, exclama la señora que ofrece collares y cachuchas en una tabla de icopor, mientras su mirada penetra al “marcucho” –  al Marco Fidel Suárez – el colegio de la carrera Setenta o avenida El Colombiano – bautizada así en el año 1982 como homenaje al periódico conservador de la familia Gómez Martínez, el mismo que fue cambiado, en el 2017 – mucho después de escribirse esta crónica – por el mismo Concejo de la ciudad, por el de Corredor Urbano Libertadores de América, en homenaje al Atlético Nacional, por su bicampeonato en la Copa Libertadores -. En resumen,  llámenla como la llamen,  siempre diremos: “ojo, pues, nos pillamos en la Setenta”.

Al otro lado se hallan los practicantes del aeróbico que se reúnen para quemar grasa al ritmo del merengue, mientras los hombres se paran en frente de este grupo, para admirar las curvas de las agiles muchachas moviendo sus corneas.

Tanta historia junta se reúne con la intención salvar sus cuerpos y almas. La misma, con olor a fragmento de patria,  por la que murió el soldado que tiene su busto – realizado por el escultor José Horacio Betancur – con placa, pero sin visitantes, en un lugar no tan visible de la Unidad Deportiva,  para los ojos sin historia.

pensamientos de 4 \"MAÑANA PASO POR VOS\"

  1. Muy buena crónica , reflejo de todo lo que se vive en esa mole de cemento de la unidad deportiva por excelencia de nuestra querida Antioquia . Excelente descripción , aunque allí también es un centro de encuentro entre amigos , para compartir alegrías y gratos momentos al calor de un buen día de sol . No solo es el encuentro de la desesperanza y de la angustia mi queridísimo Hector.
    Pero , al leer estas crónicas ; desde una ciudad tan lejana en la que me encuentro , cualquier mortal se llena de nostalgia. En buena hora! FELICIDADES!

  2. Sitio que otrora mostraba películas y nos dejaba volar con la música que después de salir del Parque de Berrío se trasladó allí y recordar momentos con mi esposa en embarazo y dejarse transportar por el sonido de Mozart,Beethoven y otros grandes concertistas y genios de la historia.
    De nuevo gracias por permitirme recordar momentos muy bellos de la vida.

    1. Horacio. gracias a vos por ser leal con la lectura y con todas las emociones que esta evoca. En la próxima te espero para que, cerca a tus recuerdos, nos encontremos.

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